El gobierno paraguayo acaba de declarar el estado de excepción en 5 departamentos (provincias) del país, alegando que existe un estado de conmoción interior en esas zonas a causa de diversos hechos de violencia protagonizados por una banda de delincuentes que se autodenomina “ejercito del pueblo paraguayo” (epp).
La decisión del poder ejecutivo, que se adoptó a través de una ley que primero tuvo que ser aprobada por el congreso nacional, genera una gran polémica entre los actores políticos del pais, y recibió opiniones de juristas, sociólogos y organizaciones de defensa de los derechos humanos.
Unos creen que el estado de excepción solo servirá para cercenar las libertades elementales y acentuar la persecución a grupos sociales, obreros y campesinos. Otros señalan que la intención del gobierno es solo dar la oportunidad a los miembros del epp (“amigos del presidente”, dicen ellos) para salir del pais y escapar de la justicia gracias a la opción que otorga la constitución en el artículo referente al estado de excepcion. El presidente, sin embargo, dice que su intención es permitir a las fuerzas armadas involucrarse al combate de los delincuentes en colaboración con la policía.
En este último punto radica precisamente el problema: en la incapacidad de las fuerzas policiales para acabar con un grupo de delincuentes que desde hace unos años opera en los departamentos mas pobres del país, cometiendo secuestros y atentados criminales, para luego ocultarse en las selvas de un reducido territorio, burlando a centenares de policías que tratan de seguirles el rastro.
Esta banda que se dio a conocer formalmente con el nombre de “ejercito del pueblo paraguayo”, se autopromocionó desde un principio como una guerrilla con orientacion política de izquierda, cuyo objetivo es la liberación del paraguay de la dominación imperialista, oligárquica y neoliberal. Su pretensión es ser considerada al nivel de otras guerrillas latinoamericanas que también nacieron enarbolando las mismas banderas libertarias, pero que a la sazon se transformaron en lo mismo. Una simple banda de forajidos que causa zozobra en sus zonas de influencia, asesinando, secuestrando y cometiendo actos de terrorismo.
De modo que el ejercito del pueblo paraguayo, según muchos lo señalan, de ejército no tiene nada, ya que está constituido por no más de una veintena de hombres y mujeres armados dedicada a cometer delitos comunes. De pueblo, tampoco, ya que lejos de ganarse el favor popular, es repudiado por la ciudadanía a la que dice representar. Solo llevaron muerte, temor y una incómoda presencia de policias armados en sus patios traseros, que realizan permanentes controles de seguridad y miran a todo ciudadano como un delincuente en potencia. Y de paraguayo, el epp tiene muchos menos. Sus acciones solo perjudican al país al generar un clima de inseguridad y provocar pérdidas económicas, además de dar una pésima imagen de republiqueta ingobernable ante los ojos del mundo.
Lo peor es que esta gavilla minúscula que no tiene ni la décima parte de los integrantes con que cuentan algunas bandas de narcotraficantes del brasil, tiene de patas para arriba a todo un país. Fuerza al gobierno a promulgar una ley que pone en entredicho su capacidad para dirigir la república, y genera intensos pedidos de destitución de al menos dos ministros por su demostrada incapacidad para hacer frente a la inseguridad reinante.
Claro que la responsabilidad no es solo del gobierno actual, ya que el epp nació durante los gobiernos colorados, que tampoco hicieron nada para arrancar el mal de raiz, pero los detractores del presidente utilizan los magros resultados del presidente lugo como un argumento más, de los muchos que vienen acumulando, para plantear el juicio político al mandatario y así lograr su destitución.
La presencia del epp también obliga a todas las personas que tienen cierta estabilidad económica a caminar con ojos en la nuca y a invertir fuertes sumas de dinero en medidas de seguridad, para no convertirse en blancos de secuestros, que en el mejor de los casos les genera una millonaria pérdida en pagos de rescate, o en el peor de los casos, con su muerte como ocurrió años atrás con la joven cecilia cubas. Eso sí, los autores siguen libres, escabulléndose de las autoridades, gracias a una más que evidente complicidad con informantes en el seno de la fiscalía, la policía y el ministerio del interior. Solo así se entendería que siendo tan reducido el espacio territorial en el que opera, hasta ahora no hayan sido capturados por los centenares de agentes que llevan meses buscándolos por tierra y aire, con la colaboración inclusive de especialistas colombianos en el combate a la guerrilla.
Lo cierto es que el estado de excepción, muchos lo creen, poco o nada servirá para acabar con esta seudo-guerrilla, o mejor dicho, con esta gavilla, que de seguro solo está reagrupando sus fuerzas a la espera del momento propicio para cometer un nuevo golpe, y cobrar otro jugoso rescate, para seguir comprando a sus informantes infiltrados en los organismos de seguridad.
LA FRASE
"El Estado es como el cuerpo humano. No todas las funciones que realiza son nobles"
Anatole France
Anatole France
martes, 27 de abril de 2010
jueves, 15 de abril de 2010
¿Quién es “alguien” en nuestra sociedad?
Alguien dijo una vez que en el Paraguay nadie pierde ni gana reputación.
Sin embargo, la realidad es un tanto diferente.
Cualquiera puede hacerse de una reputación, sea por buenas o malas razones. Lo importante es ganar notoriedad de alguna manera, sin importar que uno se haya destacado por pensamientos, palabras o actos positivos, honestos, saludables y que por medios honestos y éticos redunden en beneficio propio y de la sociedad….. o todo lo contrario.
Vivimos en un país en el que todos buscan alguien de quien hablar, sea para criticar o para alabarlo. Cada cual desea ser seguidor de alguna celebridad, sea del ámbito artístico, deportivo, político o de entre la gente común y corriente. La necesidad de tener un ídolo de pies de barro al que todos le rindan loas, aunque sea por solo unos meses, mientras esté de moda, mueve a la gente a estar en la permanente búsqueda de un personaje de quien se pueda omentar en la ronda de amigos, en la sobremesa familiar o en el receso laboral. Y los medios de comunicación son los abanderados de esta causa nacional que consiste en gastar kilómetros de líneas escritas y miles de minutos de programación radial y televisiva para referirse al pensamiento, obra y vida íntima de la estrella del momento.
Puede tratarse de cualquier ser humano. Un deportista que se eleva a lo más alto del ranking o cae a lo más bajo al protagonizar ebrio un caso de violencia doméstica. Un político que lanza una polémica acusación contra algún colega o reconoce haber incurrido en un delito amparado en sus fueros. Un empresario descubierto en un affaire de evasión o malversación de fondos. Un banquero que lleva a la quiebra a la entidad de la que dependen miles de ahorristas. Una modelo que se jacta de haber pasado la noche porque la “eligió” un artista famoso. O hasta un ciudadano que sufre un accidente borracho y sale milagrosamente ileso para relatar su experiencia en un pésimo español.
La lista de posibilidades es infinita. De la noche a la mañana alguien puede saltar del absoluto anonimato a la cima del podio destinado a las celebridades más admiradas o repudiadas. Sí, repudiadas, porque aquella persona de la que todo el mundo habla pestes durante varios días o semanas consecutivas llega a convertirse también en una estrella de los medios y de la voz popular. Está presente en los msn, los blogs, los chats, y todos los sistemas actuales de comunicación interpersonal y social. Con el tiempo su fama trasciende los límites del bien y el mal, y pasa al olvido la razón de su repentino éxito entre los nombres más buscados en Internet. Tarde o temprano, al ídolo positivo alguien le encuentra un defecto por el cual criticarlo, y al negativo le descubren alguna virtud por la cual admirarlo. Desaparecen las diferencias entre el héroe y el villano. Son al fin y al cabo, personas conocidas por todos, niños y ancianos, doctos y analfabetos, ricos y pobres. Nadie puede alegar ignorancia cuando se le requiere su opinión sobre la última novedad del ídolo del momento.
Así, una vez que la persona en cuestión se gana la reputación obtenida por el medio de su competencia, ya obtiene lo que pretendía: ser la comidilla de las páginas y programas de chismosos, atraer miradas en las reuniones sociales y shopping centers, ser el más requerido por los fotógrafos y recibir el saludo de personas desconocidas que creen saber hasta los más íntimos detalles de su vida. Pero la fama no viene sola. Muchos obtienen jugosos contratos con empresas que buscan una nueva imagen para sus productos y además son convocados por los canales de televisión para participar como invitado o incluso conducir un programa que se emite en el horario central. Así el rating está asegurado, al menos por una temporada.
Pasados los años, su nombre está casi diluido en el mar del olvido, pero siempre está presente de alguna manera en el inconsciente colectivo. Se recuerdan su nombre y su imagen, se sabe que fue alguien especial. De alguna manera su fama permanece. Lo que todos olvidan es el motivo. Al pasar el tiempo ya no existen héroes ni villanos, ladrones de guantes blancos ni asesinos de niños, violadores, evasores, golpistas, dictadores ni traficantes venidos a prósperos empresarios. Los valores morales que constituyen el pilar de la sociedad desaparecen y dejan su lugar a la más absoluta amoralidad, que al final termina siendo inmoral. A nadie le importa el pasado de quien inclusive puede estar siendo postulado a la presidencia de un Poder de la República –por poner un ejemplo hablo-- si como dicen, al fin y al cabo “el que esté excento de pecado que arroje la primera piedra”, frase favorita de los que desean justificar sus faltas señalando las ajenas. De esta manera, cualquier persona que arrastra un negro historial de corrupción tiene cabida entre los puestos más elevados y distinguidos de una sociedad de frágil memoria, con la mano amiga de una justicia cómplice que garantiza la impunidad hasta de los más sangrientos criminales.
Pero más lejos aún, todos callan ante la caradurez de quienes se lanzan a la arena política con ansias de liderazgo, o de los que pretenden erigirse en modelos de vida y ejemplos de lo que se debe hacer para alcanzar fama y fortuna; en síntesis, para “ser alguien” en la sociedad. Ellos han perdido la vergüenza. Quienes los endiosan, han perdido la dignidad.
Sin embargo, la realidad es un tanto diferente.
Cualquiera puede hacerse de una reputación, sea por buenas o malas razones. Lo importante es ganar notoriedad de alguna manera, sin importar que uno se haya destacado por pensamientos, palabras o actos positivos, honestos, saludables y que por medios honestos y éticos redunden en beneficio propio y de la sociedad….. o todo lo contrario.
Vivimos en un país en el que todos buscan alguien de quien hablar, sea para criticar o para alabarlo. Cada cual desea ser seguidor de alguna celebridad, sea del ámbito artístico, deportivo, político o de entre la gente común y corriente. La necesidad de tener un ídolo de pies de barro al que todos le rindan loas, aunque sea por solo unos meses, mientras esté de moda, mueve a la gente a estar en la permanente búsqueda de un personaje de quien se pueda omentar en la ronda de amigos, en la sobremesa familiar o en el receso laboral. Y los medios de comunicación son los abanderados de esta causa nacional que consiste en gastar kilómetros de líneas escritas y miles de minutos de programación radial y televisiva para referirse al pensamiento, obra y vida íntima de la estrella del momento.
Puede tratarse de cualquier ser humano. Un deportista que se eleva a lo más alto del ranking o cae a lo más bajo al protagonizar ebrio un caso de violencia doméstica. Un político que lanza una polémica acusación contra algún colega o reconoce haber incurrido en un delito amparado en sus fueros. Un empresario descubierto en un affaire de evasión o malversación de fondos. Un banquero que lleva a la quiebra a la entidad de la que dependen miles de ahorristas. Una modelo que se jacta de haber pasado la noche porque la “eligió” un artista famoso. O hasta un ciudadano que sufre un accidente borracho y sale milagrosamente ileso para relatar su experiencia en un pésimo español.
La lista de posibilidades es infinita. De la noche a la mañana alguien puede saltar del absoluto anonimato a la cima del podio destinado a las celebridades más admiradas o repudiadas. Sí, repudiadas, porque aquella persona de la que todo el mundo habla pestes durante varios días o semanas consecutivas llega a convertirse también en una estrella de los medios y de la voz popular. Está presente en los msn, los blogs, los chats, y todos los sistemas actuales de comunicación interpersonal y social. Con el tiempo su fama trasciende los límites del bien y el mal, y pasa al olvido la razón de su repentino éxito entre los nombres más buscados en Internet. Tarde o temprano, al ídolo positivo alguien le encuentra un defecto por el cual criticarlo, y al negativo le descubren alguna virtud por la cual admirarlo. Desaparecen las diferencias entre el héroe y el villano. Son al fin y al cabo, personas conocidas por todos, niños y ancianos, doctos y analfabetos, ricos y pobres. Nadie puede alegar ignorancia cuando se le requiere su opinión sobre la última novedad del ídolo del momento.
Así, una vez que la persona en cuestión se gana la reputación obtenida por el medio de su competencia, ya obtiene lo que pretendía: ser la comidilla de las páginas y programas de chismosos, atraer miradas en las reuniones sociales y shopping centers, ser el más requerido por los fotógrafos y recibir el saludo de personas desconocidas que creen saber hasta los más íntimos detalles de su vida. Pero la fama no viene sola. Muchos obtienen jugosos contratos con empresas que buscan una nueva imagen para sus productos y además son convocados por los canales de televisión para participar como invitado o incluso conducir un programa que se emite en el horario central. Así el rating está asegurado, al menos por una temporada.
Pasados los años, su nombre está casi diluido en el mar del olvido, pero siempre está presente de alguna manera en el inconsciente colectivo. Se recuerdan su nombre y su imagen, se sabe que fue alguien especial. De alguna manera su fama permanece. Lo que todos olvidan es el motivo. Al pasar el tiempo ya no existen héroes ni villanos, ladrones de guantes blancos ni asesinos de niños, violadores, evasores, golpistas, dictadores ni traficantes venidos a prósperos empresarios. Los valores morales que constituyen el pilar de la sociedad desaparecen y dejan su lugar a la más absoluta amoralidad, que al final termina siendo inmoral. A nadie le importa el pasado de quien inclusive puede estar siendo postulado a la presidencia de un Poder de la República –por poner un ejemplo hablo-- si como dicen, al fin y al cabo “el que esté excento de pecado que arroje la primera piedra”, frase favorita de los que desean justificar sus faltas señalando las ajenas. De esta manera, cualquier persona que arrastra un negro historial de corrupción tiene cabida entre los puestos más elevados y distinguidos de una sociedad de frágil memoria, con la mano amiga de una justicia cómplice que garantiza la impunidad hasta de los más sangrientos criminales.
Pero más lejos aún, todos callan ante la caradurez de quienes se lanzan a la arena política con ansias de liderazgo, o de los que pretenden erigirse en modelos de vida y ejemplos de lo que se debe hacer para alcanzar fama y fortuna; en síntesis, para “ser alguien” en la sociedad. Ellos han perdido la vergüenza. Quienes los endiosan, han perdido la dignidad.
sábado, 6 de marzo de 2010
Avatar, la Nueva Era y el cine actual
El fenómeno comercial que constituye la última película del director norteamericano James Cameron “Avatar”, no solo es el resultado de sus innovadores efectos especiales ni la alucinante aplicación de la más moderna tecnología 3D que dotan al filme de una increíble apariencia de realidad pese a haber sido mayormente producto de la animación computarizada.
Si observamos la lista de las 10 o 15 películas más taquilleras de las dos últimas décadas, que ahora es encabezada por “Avatar”, encontraremos en ella que la gran mayoría responde a la tendencia que ha marcado el cine de Hollywood desde finales del siglo pasado y continúa con más fuerza en la actualidad. Tanto el filme de Cameron como las que lo acompañan en la nómina de las más vistas, como las sagas de “El señor de los anillos”, “Harry Potter” e incluso dibujos animados como “Shreck”, introducen al espectador en un mundo pleno de fantasías, magia, seres fabulosos, hadas, duendes y fuerzas de la naturaleza que interactúan con seres humanos que en muchos casos están dotados de poderes extraordinarios. Es una enorme cantidad de ingredientes que atrapa la atención de la inmensa mayoría de niños, adolescentes y jóvenes de todo el mundo y los conduce en masa a las salas cinematográficas, e incluso a las librerías, ya que muchos de esos éxitos de taquilla cinematográfica repiten el suceso en sus versiones literarias.
Esa tendencia a lo maravilloso, lo mítico, lo fantástico, que caracteriza a todas las historias que nos vienen relatando los cineastas en las últimas décadas, no responde a una mera casualidad ni a intereses enteramente comerciales. Constituyen toda una filosofía, o incluso una ideología, que está presente en la sociedad occidental y que está íntimamente ligada a la religión, la cual está atrayendo hacia sí a varias generaciones desde los años 60 inclusive, pero cobra más fuerza a partir de los 90 mediante esta avalancha de películas, música y libros de la misma temática.
Se trata, específicamente de la denominada “cultura” New Age, o de la Nueva Era, que muchos toman como una inocua moda, un estilo musical, un arte, o una nueva conciencia colectiva orientada a lo ecológico, y no como lo que realmente es: una religión. O podemos decir, una “ensalada” de religiones, que permean las creencias occidentales tradicionales y e inundan su doctrina con una serie de elementos que desvirtúan su esencia.
La Nueva Era consiste en volcar la atención de los occidentales hacia antiguas creencias de Oriente tan variadas como el budismo, el confusionismo, el hinduismo, el brahmanismo y varias otras similares, por un lado, y por el otro, hacia las prácticas ocultistas propias de las culturas celtas, escandinavas y otras que dominaban el Norte del continente europeo. La palabra “ensalada” es por lo tanto muy aplicable a esta corriente, ya que como vemos, incluye formas de pensar naturalistas, panteístas, fetichistas, espiritistas y todos los “ismos” que constituyen la fe religiosa de pueblos tan disímiles como distantes en el mapa terrestre, desde la actual Gran Bretaña hasta la India y desde Africa Central hasta el Japón.
Los compositores dicen que simplemente crean nuevos ritmos a partir de la conjunción de la música occidental con antiguas formas de expresión artística del Oriente, los escritores aplican la misma fórmula a su creación literaria, e idéntica justificación esgrimen cineastas, modistos, y lo más importante, filósofos, líderes políticos y científicos, entre estos los ecologistas. Hablan de aplicar a la cultura y la forma de vida occidentales las antiguas cosmovisiones de oriente que atribuyen a la naturaleza una conciencia propia, una condición divina que está presente desde la roca hasta el agua, desde el insecto hasta el árbol, desde el ser humano hasta las estrellas y los planetas. En otras palabras, Dios, como Creador, Ser Supremo, Padre y Amo de todo lo que existe, está presente físicamente en todo lo creado, y todo lo creado puede considerarse en sí mismo Dios, incluyendo al Hombre. Sea la Madre Tierra, Pachamama o Eywa, como llamaban los nativos de Pandora a su mundo en “Avatar”, la naturaleza que nos rodea, según esta creencia, es parte de nosotros mismos y nosotros somos de ella. En ella radica la concepción de la divinidad. Ella tiene poder, nos da vida, nos alimenta, nos protege y nosotros a ella. Tenemos una responsabilidad de defenderla, de evitar que sea destruida por nuestras malas acciones. Esta “fe” es la misma que los ambientalistas profesan y le dan el nombre pseudocientífico de “Ecología”, con el cual mueven miles de millones de dólares en todo el mundo para invertirlos en proyectos de defensa del planeta. Sus buenas intenciones son innegables, en apariencia. No parecen ocultar nada malo, nada inhumano ni peligroso. Simulan ser inofensivos y hasta divertidos, como las historias de magia, gnomos y trolls, rescatadas de las leyendas celtas, de donde también proviene la tradición de la Noche de Brujas. Estos cuentos de hadas también representan una práctica religiosa que en su época de mayor auge incorporaba sacrificios humanos en honor a los dioses que adoraban y exigían a veces celebraciones especiales que se prolongaban por días en medio de orgías y borracheras, alrededor de inmensas fogatas en las que se solían asar cuerpos humanos a modo de ofrenda.
Formas mas livianas de culto fetichista, espiritista o panteísta (que atribuye identidad divina a todo lo que nos rodea), han llegado hasta nuestros días y están presentes en diversos días festivos, corrientes artísticas, escuelas científicas e ideologías políticas, que ganan millones de adeptos en todo el mundo. Su campaña propagandística lo constituyen las películas de Hollywood que al estilo “Avatar” y “Harry Potter” marcan el pensamiento y el estilo de vida de los jóvenes de los cinco continentes (mientras los adultos propietarios de grandes corporaciones se enriquecen a su costa).
Lo más llamativo es que esta Nueva Era, esta religión, es aceptada libremente en países que dicen tener poblaciones mayoritariamente cristianas (o católicas) e incluso en sociedades que se jactan de no profesar una creencia religiosa en particular (que más bien están en contra de las “religiones institucionalizadas”). Gente cristiana, agnóstica y atea, se adhiere a esta corriente que invade la sociedad, sin darse cuenta que trae consigo un cúmulo de doctrinas anticristianas y que quien las sigue y practica, está muy lejos de ser un verdadero creyente, o no creyente en el caso de los dicen no tener religión alguna.
La verdad, es que todas estas personas sí se han convertido a una fe religiosa, cuyos sacerdotes están disfrazados de mago joven y atractivo, o de indígena azul extraterrestre o de un ogro verde bonachón.
Si observamos la lista de las 10 o 15 películas más taquilleras de las dos últimas décadas, que ahora es encabezada por “Avatar”, encontraremos en ella que la gran mayoría responde a la tendencia que ha marcado el cine de Hollywood desde finales del siglo pasado y continúa con más fuerza en la actualidad. Tanto el filme de Cameron como las que lo acompañan en la nómina de las más vistas, como las sagas de “El señor de los anillos”, “Harry Potter” e incluso dibujos animados como “Shreck”, introducen al espectador en un mundo pleno de fantasías, magia, seres fabulosos, hadas, duendes y fuerzas de la naturaleza que interactúan con seres humanos que en muchos casos están dotados de poderes extraordinarios. Es una enorme cantidad de ingredientes que atrapa la atención de la inmensa mayoría de niños, adolescentes y jóvenes de todo el mundo y los conduce en masa a las salas cinematográficas, e incluso a las librerías, ya que muchos de esos éxitos de taquilla cinematográfica repiten el suceso en sus versiones literarias.
Esa tendencia a lo maravilloso, lo mítico, lo fantástico, que caracteriza a todas las historias que nos vienen relatando los cineastas en las últimas décadas, no responde a una mera casualidad ni a intereses enteramente comerciales. Constituyen toda una filosofía, o incluso una ideología, que está presente en la sociedad occidental y que está íntimamente ligada a la religión, la cual está atrayendo hacia sí a varias generaciones desde los años 60 inclusive, pero cobra más fuerza a partir de los 90 mediante esta avalancha de películas, música y libros de la misma temática.
Se trata, específicamente de la denominada “cultura” New Age, o de la Nueva Era, que muchos toman como una inocua moda, un estilo musical, un arte, o una nueva conciencia colectiva orientada a lo ecológico, y no como lo que realmente es: una religión. O podemos decir, una “ensalada” de religiones, que permean las creencias occidentales tradicionales y e inundan su doctrina con una serie de elementos que desvirtúan su esencia.
La Nueva Era consiste en volcar la atención de los occidentales hacia antiguas creencias de Oriente tan variadas como el budismo, el confusionismo, el hinduismo, el brahmanismo y varias otras similares, por un lado, y por el otro, hacia las prácticas ocultistas propias de las culturas celtas, escandinavas y otras que dominaban el Norte del continente europeo. La palabra “ensalada” es por lo tanto muy aplicable a esta corriente, ya que como vemos, incluye formas de pensar naturalistas, panteístas, fetichistas, espiritistas y todos los “ismos” que constituyen la fe religiosa de pueblos tan disímiles como distantes en el mapa terrestre, desde la actual Gran Bretaña hasta la India y desde Africa Central hasta el Japón.
Los compositores dicen que simplemente crean nuevos ritmos a partir de la conjunción de la música occidental con antiguas formas de expresión artística del Oriente, los escritores aplican la misma fórmula a su creación literaria, e idéntica justificación esgrimen cineastas, modistos, y lo más importante, filósofos, líderes políticos y científicos, entre estos los ecologistas. Hablan de aplicar a la cultura y la forma de vida occidentales las antiguas cosmovisiones de oriente que atribuyen a la naturaleza una conciencia propia, una condición divina que está presente desde la roca hasta el agua, desde el insecto hasta el árbol, desde el ser humano hasta las estrellas y los planetas. En otras palabras, Dios, como Creador, Ser Supremo, Padre y Amo de todo lo que existe, está presente físicamente en todo lo creado, y todo lo creado puede considerarse en sí mismo Dios, incluyendo al Hombre. Sea la Madre Tierra, Pachamama o Eywa, como llamaban los nativos de Pandora a su mundo en “Avatar”, la naturaleza que nos rodea, según esta creencia, es parte de nosotros mismos y nosotros somos de ella. En ella radica la concepción de la divinidad. Ella tiene poder, nos da vida, nos alimenta, nos protege y nosotros a ella. Tenemos una responsabilidad de defenderla, de evitar que sea destruida por nuestras malas acciones. Esta “fe” es la misma que los ambientalistas profesan y le dan el nombre pseudocientífico de “Ecología”, con el cual mueven miles de millones de dólares en todo el mundo para invertirlos en proyectos de defensa del planeta. Sus buenas intenciones son innegables, en apariencia. No parecen ocultar nada malo, nada inhumano ni peligroso. Simulan ser inofensivos y hasta divertidos, como las historias de magia, gnomos y trolls, rescatadas de las leyendas celtas, de donde también proviene la tradición de la Noche de Brujas. Estos cuentos de hadas también representan una práctica religiosa que en su época de mayor auge incorporaba sacrificios humanos en honor a los dioses que adoraban y exigían a veces celebraciones especiales que se prolongaban por días en medio de orgías y borracheras, alrededor de inmensas fogatas en las que se solían asar cuerpos humanos a modo de ofrenda.
Formas mas livianas de culto fetichista, espiritista o panteísta (que atribuye identidad divina a todo lo que nos rodea), han llegado hasta nuestros días y están presentes en diversos días festivos, corrientes artísticas, escuelas científicas e ideologías políticas, que ganan millones de adeptos en todo el mundo. Su campaña propagandística lo constituyen las películas de Hollywood que al estilo “Avatar” y “Harry Potter” marcan el pensamiento y el estilo de vida de los jóvenes de los cinco continentes (mientras los adultos propietarios de grandes corporaciones se enriquecen a su costa).
Lo más llamativo es que esta Nueva Era, esta religión, es aceptada libremente en países que dicen tener poblaciones mayoritariamente cristianas (o católicas) e incluso en sociedades que se jactan de no profesar una creencia religiosa en particular (que más bien están en contra de las “religiones institucionalizadas”). Gente cristiana, agnóstica y atea, se adhiere a esta corriente que invade la sociedad, sin darse cuenta que trae consigo un cúmulo de doctrinas anticristianas y que quien las sigue y practica, está muy lejos de ser un verdadero creyente, o no creyente en el caso de los dicen no tener religión alguna.
La verdad, es que todas estas personas sí se han convertido a una fe religiosa, cuyos sacerdotes están disfrazados de mago joven y atractivo, o de indígena azul extraterrestre o de un ogro verde bonachón.
martes, 23 de febrero de 2010
La Tierra está cambiando
Los paraguayos nos quejamos del intenso calor que sufrimos como nunca en este verano, los moscovitas -¡imagínense!- se lamentan de la peor nevada en 40 años, los porteños tienen que utilizar botes inflables para trasladarse por las inundadas calles céntricas de Buenos Aires…. nevadas históricas en México, frío extremo en Estados Unidos y Europa, deslaves en Indonesia….es un largo etcétera de problemas relacionados con fenómenos de la naturaleza que encabezan en estos días los titulares de los medios de comunicación locales e internacionales.
Gran parte de esas contingencias climáticas que tienen a mal traer a diversas regiones del mundo son inusuales, en algunos casos jamás han ocurrido y en otros no se ven desde hace décadas.
Son una señal inequívoca de que la Tierra está cambiando. Y no hablamos aquí solo del mentado “cambio climático”, que denuncian desde hace unas décadas los ecologistas, y que el exvicepresidente estadounidense Al Gore parece haber descubierto después de dejar el cargo y fallar en su intento de acceder a la primera magistratura de su país, que por cierto -¡oh sorpresa para él!- es el principal generador mundial de gases de efecto invernadero. No, no nos referimos únicamente a las transformaciones que sufre el clima por efecto de las acciones degradantes del ser humano sobre la naturaleza y que datan de hace poco más de un siglo en adelante.
En realidad el planeta está cambiando desde que nació. A partir del día en Dios dijo “hágase”, la Tierra comenzó a modificarse tanto interna como exteriormente.
Sabido es por investigaciones científicas, que continuos movimientos en la corteza terrestre y el magma que circula en su interior, a lo largo de millones de años, fueron los que dividieron los continentes, formaron los grandes océanos e hicieron emerger las altas cadenas montañosas de nuestro planeta. A ello se fueron sumando los fenómenos climáticos, que hicieron pasar la Tierra por periodos tanto de calentamiento como de enfriamiento global (las glaciaciones), además de largas eras de sequía y de interminables precipitaciones pluviales. El agua a su vez, con el paso de los milenios, modificó el contorno de las montañas, creó profundos valles y transformó en lagos y mares los cráteres producidos por los meteoritos.
Fue mucho, pero mucho tiempo después de que la Tierra alcanzó su aspecto actual, que el ser humano comenzó a poblarla y a fundar núcleos urbanos. Hoy existen ciudades de millones de habitantes asentadas sobre inmensas fallas geológicas, al pie de volcanes extintos, o en los cauces secos de lo que alguna vez fueron caudalosos ríos. Y durante siglos nuestras grandes construcciones permanecieron incólumes allí donde las erigimos.
Pero eso va a cambiar. Sencillamente porque el planeta seguirá cambiando.
El proceso de transformación global que se inició desde la creación no se detendrá solo porque el hombre así lo desee. Las grandes masas de suelo, el agua y el aire que respiramos, continúan modificándose lentamente, pero sin pausa. Lejos está en nuestro ánimo lanzar alguna advertencia apocalíptica que pretenda causar alguna suerte de psicosis colectiva, pero debemos reconocer que vivimos en un mundo en constante evolución, y que de aquí a unas décadas o siglos, allí donde hoy existe un valle seco volverá a fluir un rio, y en contrapartida, donde hay un hermoso lago volverá a verse el fondo del cráter. El glaciar que es una atracción turística se derretirá y la selva se transformará en desierto. Y todo lo que construimos en esos lugares, ciudades incluidas, será arrasado por la acción de la naturaleza. Un adelanto de lo que vendrá ya lo estamos viviendo en algunos de los desastres naturales que se están cobrando miles de vidas, como el tsunami de Indonesia, el huracán Katrina del Caribe y el terremoto de Haití. También los recientes deslizamientos de tierra en México, y los anegamientos de ciudades como Buenos Aires, el frío extremo en algunas ciudades y el calor insoportable en otras, aunque menos graves en lo referente a víctimas, también forman parte de esos cambios que afectan al planeta.
No hay duda que la contaminación ambiental provocada por los seres humanos está acelerando ese proceso, que vale la pena frenar lo más posible. No debemos eludir nuestra responsabilidad en tal sentido ni aflojar en nuestra lucha en defensa del mundo en que vivimos. Pero cierto es que los desastres naturales seguirán sucediéndose, en el tiempo y el lugar menos pensados.
La pregunta que debemos formularnos es: ¿qué debemos hacer mientras tanto? Para empezar, invirtamos menos en carreras armamentistas y otros siderales gastos superfluos, y destinemos más recursos a fondos de contingencia para ayudar a las víctimas de esos desastres, además de ejecutar proyectos de prevención o mitigación del impacto de los fenómenos naturales.
Si bien no podremos evitar lo inevitable -la evolución natural de un planeta vivo- podemos cambiar nuestra manera de ver y esperar el futuro, para que lo que ocurra de ahora en más no nos tome desprevenidos.
Para que esto sea posible, se impone también un cambio, tan radical como el que afecta a la Tierra pero quizá más difícil de lograr: un cambio de actitud en los líderes mundiales y en todos los ciudadanos que tienen la capacidad de operar esa transformación.
La Tierra, como planeta, está cambiando. Todos lo sabemos. Miles lo viven en carne propia al perder sus hogares y seres queridos. Ahora hace falta que cambie el mundo.
Gran parte de esas contingencias climáticas que tienen a mal traer a diversas regiones del mundo son inusuales, en algunos casos jamás han ocurrido y en otros no se ven desde hace décadas.
Son una señal inequívoca de que la Tierra está cambiando. Y no hablamos aquí solo del mentado “cambio climático”, que denuncian desde hace unas décadas los ecologistas, y que el exvicepresidente estadounidense Al Gore parece haber descubierto después de dejar el cargo y fallar en su intento de acceder a la primera magistratura de su país, que por cierto -¡oh sorpresa para él!- es el principal generador mundial de gases de efecto invernadero. No, no nos referimos únicamente a las transformaciones que sufre el clima por efecto de las acciones degradantes del ser humano sobre la naturaleza y que datan de hace poco más de un siglo en adelante.
En realidad el planeta está cambiando desde que nació. A partir del día en Dios dijo “hágase”, la Tierra comenzó a modificarse tanto interna como exteriormente.
Sabido es por investigaciones científicas, que continuos movimientos en la corteza terrestre y el magma que circula en su interior, a lo largo de millones de años, fueron los que dividieron los continentes, formaron los grandes océanos e hicieron emerger las altas cadenas montañosas de nuestro planeta. A ello se fueron sumando los fenómenos climáticos, que hicieron pasar la Tierra por periodos tanto de calentamiento como de enfriamiento global (las glaciaciones), además de largas eras de sequía y de interminables precipitaciones pluviales. El agua a su vez, con el paso de los milenios, modificó el contorno de las montañas, creó profundos valles y transformó en lagos y mares los cráteres producidos por los meteoritos.
Fue mucho, pero mucho tiempo después de que la Tierra alcanzó su aspecto actual, que el ser humano comenzó a poblarla y a fundar núcleos urbanos. Hoy existen ciudades de millones de habitantes asentadas sobre inmensas fallas geológicas, al pie de volcanes extintos, o en los cauces secos de lo que alguna vez fueron caudalosos ríos. Y durante siglos nuestras grandes construcciones permanecieron incólumes allí donde las erigimos.
Pero eso va a cambiar. Sencillamente porque el planeta seguirá cambiando.
El proceso de transformación global que se inició desde la creación no se detendrá solo porque el hombre así lo desee. Las grandes masas de suelo, el agua y el aire que respiramos, continúan modificándose lentamente, pero sin pausa. Lejos está en nuestro ánimo lanzar alguna advertencia apocalíptica que pretenda causar alguna suerte de psicosis colectiva, pero debemos reconocer que vivimos en un mundo en constante evolución, y que de aquí a unas décadas o siglos, allí donde hoy existe un valle seco volverá a fluir un rio, y en contrapartida, donde hay un hermoso lago volverá a verse el fondo del cráter. El glaciar que es una atracción turística se derretirá y la selva se transformará en desierto. Y todo lo que construimos en esos lugares, ciudades incluidas, será arrasado por la acción de la naturaleza. Un adelanto de lo que vendrá ya lo estamos viviendo en algunos de los desastres naturales que se están cobrando miles de vidas, como el tsunami de Indonesia, el huracán Katrina del Caribe y el terremoto de Haití. También los recientes deslizamientos de tierra en México, y los anegamientos de ciudades como Buenos Aires, el frío extremo en algunas ciudades y el calor insoportable en otras, aunque menos graves en lo referente a víctimas, también forman parte de esos cambios que afectan al planeta.
No hay duda que la contaminación ambiental provocada por los seres humanos está acelerando ese proceso, que vale la pena frenar lo más posible. No debemos eludir nuestra responsabilidad en tal sentido ni aflojar en nuestra lucha en defensa del mundo en que vivimos. Pero cierto es que los desastres naturales seguirán sucediéndose, en el tiempo y el lugar menos pensados.
La pregunta que debemos formularnos es: ¿qué debemos hacer mientras tanto? Para empezar, invirtamos menos en carreras armamentistas y otros siderales gastos superfluos, y destinemos más recursos a fondos de contingencia para ayudar a las víctimas de esos desastres, además de ejecutar proyectos de prevención o mitigación del impacto de los fenómenos naturales.
Si bien no podremos evitar lo inevitable -la evolución natural de un planeta vivo- podemos cambiar nuestra manera de ver y esperar el futuro, para que lo que ocurra de ahora en más no nos tome desprevenidos.
Para que esto sea posible, se impone también un cambio, tan radical como el que afecta a la Tierra pero quizá más difícil de lograr: un cambio de actitud en los líderes mundiales y en todos los ciudadanos que tienen la capacidad de operar esa transformación.
La Tierra, como planeta, está cambiando. Todos lo sabemos. Miles lo viven en carne propia al perder sus hogares y seres queridos. Ahora hace falta que cambie el mundo.
sábado, 20 de febrero de 2010
Las garras del lobo
La actual escisión en el seno del Partido Liberal Radical Auténtico no constituye ninguna sorpresa si analizamos la situación política antes de las elecciones generales del 20 de abril de 2008. Incluso debemos ir más atrás, a la previa de la convención liberal en la que se decidió apoyar la candidatura de Fernando Lugo a la Presidencia de la República.
Los azules eran conscientes que se precisaba de una figura fuerte capaz de derrotar de una vez por todas al Partido Colorado, luego de 60 años de predominio absoluto en el Gobierno de la República. Entre sus filas el único que se consideraba potable para encabezar una chapa presidencial con miras a los comicios del 2008 era Federico Franco, muy por encima de un pretencioso Carlos Mateo Balmelli o cualquier otro que pudiera proponer el sector liderado por el entonces más duro rival interno de los Franco, Blas Llano.
Pero no era suficiente. Hacía falta alguien con mayor arrastre popular capaz de superar a quien resultara postulante de los colorados, que por entonces aún no decidían entre Luis Castiglioni o Blanca Ovelar. Era necesario captar de alguna manera los votos de los sectores que normalmente no apoyarían a un candidato liberal, incluyendo a los colorados descontentos, oviedistas, patriaqueridistas no convencidos de las posibilidades de su líder Fadul, personas sin opción política definida, y sectores populares y campesinos opuestos a la ideología liberal (o neoliberal como ellos llaman).
Allí surgió la figura de Fernando Lugo.
Lugo es un hombre que desde el momento en que cobró notoriedad por su actividad eclesiástica fue identificado con el ala izquierda de la Iglesia Católica. Sea por sus actitudes, por su lenguaje y hasta por su propia forma de vestir y dejarse crecer la barba y el pelo, el sacerdote estuvo siempre posicionado entre los que promulgaban la llamada “opción por los pobres”, llevándola hacia la línea más radical, la de la Teología de la Liberación. Ya designado Obispo de San Pedro, cayó en el terreno más fértil existente en el país para sembrar sus ideas políticas, regados con el poderoso fertilizante que constituye la situación de extrema pobreza y desigualdad social del Segundo Departamento, y donde muchos años antes, otros ya estuvieron preparando el suelo con ideologías similares.
La prédica religiosa del obispo Fernando Lugo siempre se asemejó --más que un sermón destinado a guiar al feligrés hacia una relación espiritual cercana con el Creador-- a un discurso político que resaltaba las injusticias sociales y la necesidad de un cambio de actitud de los sometidos con miras a superar su condición marginal. Pero no solo se quedaba en las homilías, sino que participaba de las actividades llevadas adelante por las organizaciones sociales, por ejemplo, oficiando misas en propiedades privadas invadidas por supuestos campesinos sin tierra.
De modo que cuando el prelado anunció su alejamiento del ministerio pastoral, fue fácil presuponer que su siguiente paso sería lanzarse a la arena política. Para entonces ya tenía plenamente definido su proyecto personal, con el apoyo de un grupo de incondicionales que comulgaban con su ideología, y sostenido por algunos de los dirigentes a quienes había acompañado en sus cruzadas antioligárquicas.
Pese a que era reconocida su tendencia a la izquierda, muchos liberales encontraron en Lugo la figura ideal que buscaban para desbancar a los colorados del poder, ya que esa era la consigna, lograr el cambio de color, sin importar los medios o la persona utilizada para el efecto. Y aquí está la palabra clave. Pensaron que podrían utilizar al exobispo para el cumplimiento de sus fines, como una suerte de Pato Donald liberal, quien una vez concretado el plan anticolorado sería fácilmente manejable para encaminar el Gobierno por el camino trazado por el PLRA. Esto a sabiendas que detrás de su sencilla apariencia de hombre de iglesia, vestido con la mansedumbre de un cordero, se hallaba un lobo con todas las mañas de los más hábiles activistas de la izquierda radical.
Lugo aceptó tener a un liberal como compañero de fórmula, nombrar a varios liberales como ministros o directores de entes, y otorgar alguna que otra embajada al sector. Pero lo que nunca hizo en un año y medio de gobierno fue adecuarse a la agenda liberal, a excepción de uno que otro proyecto de ley o medida económica que aliviara la presión azul y contuviera las críticas cada vez más reiteradas del vicepresidente.
Poco a poco el lobo se fue despojando de su falsa piel de cordero y exhibiendo sus garras, al ir asumiendo actitudes y adoptando medidas que cada vez emulaban más las de sus colegas propulsores del “socialismo del siglo 21”, con discursos maniqueístas que colocaban a los ricos en la vereda de los malos y a reducir la calificación de “pueblo” a los sectores que representan las clases menos pudientes, diferenciándolos de los que él denominó “privilegiados con cuentas bancarias”.
El Presidente fue llevando progresivamente agua a su molino, al remover a los liberales de línea opositora de los cargos de importancia, para ubicar en su lugar a los que se amoldan a su corriente política, pero manteniendo cerca suyo –e incluso tomando directa ingerencia en el proselitismo interno del PLRA-- a los liberales que prefieren seguir apoyando al Presidente que a sus correligionarios institucionalistas.
Y están las criticadas decisiones del presidente con relación a la distribución de fuertes sumas de dinero a sectores “amigos”, mayormente asentados en el Departamento de San Pedro, prohijados por su fidelísimo aliado el gobernador José “Paková” Ledesma, además de la insistencia en adquirir tierras ubicadas en la misma zona un precio exhorbitante sin tener en cuenta los estudios que lo desaprueban, y la actitud de no tener en cuenta a los técnicos liberales –tal como fue pactado al formarse la Alianza Patriótica para el Cambio—para la toma de decisiones importantes de interés nacional. Lo más reciente, el apoyo a un movimiento de izquierda para las próximas elecciones municipales, dando la espalda al partido que, le guste o no le guste, lo llevó al poder.
Son estas y muchas otras más que aquí no cabrían, las pruebas inequívocas de que el proyecto luguista preestablecido que mencionábamos más arriba está en pleno desarrollo, y que a Fernando Lugo ya no le sirve –o al menos eso es lo que cree— el partido que él utilizó (y no al revés), para acceder al poder y cumplir así sus objetivos.
Ahora, mientras el lobo ya casi totalmente despojado de su disfraz, sigue adelante con sus planes, los liberales se arrancan la piel entre ellos, y lloran sobre la leche derramada. No faltan quienes repiten el popular “te lo dije y no me escuchaste”, recordando que fue una mala idea apoyar a un candidato creyendo ingenuamente que sería un títere fácilmente manejable, para caer en la cuenta que ahora él cortó los hilos con sus garras y tomó control del escenario. Los liberales se dividen entre los que piensan que Lugo se debe al partido que lo llevó al triunfo, y los que opinan que hay que continuar a su lado pese a sus desaciertos, para defender el proceso de cambio y no dar pie a un retorno de los colorados al poder.
Los próximos meses dirán si es cierto --como advirtió el vicepresidente Franco-- que el frente luguista del PLRA saldrá derrotado en las próximas internas, para que salga fortalecido el antiluguismo, y si éste tendrá el respaldo de los otros partidos a fin de ejercer un contrapoder a las ansias de dominio del mandatario.
Por ahora, como Fernando Lugo ratificó varias veces, él es el que tiene la lapicera y mientras el partido que lo encumbró continúe sin recuperar la unidad perdida, no habrá quien borre los decretos presidenciales que se irán firmando, a la manera de los idiomas orientales: de derecha a izquierda.
Los azules eran conscientes que se precisaba de una figura fuerte capaz de derrotar de una vez por todas al Partido Colorado, luego de 60 años de predominio absoluto en el Gobierno de la República. Entre sus filas el único que se consideraba potable para encabezar una chapa presidencial con miras a los comicios del 2008 era Federico Franco, muy por encima de un pretencioso Carlos Mateo Balmelli o cualquier otro que pudiera proponer el sector liderado por el entonces más duro rival interno de los Franco, Blas Llano.
Pero no era suficiente. Hacía falta alguien con mayor arrastre popular capaz de superar a quien resultara postulante de los colorados, que por entonces aún no decidían entre Luis Castiglioni o Blanca Ovelar. Era necesario captar de alguna manera los votos de los sectores que normalmente no apoyarían a un candidato liberal, incluyendo a los colorados descontentos, oviedistas, patriaqueridistas no convencidos de las posibilidades de su líder Fadul, personas sin opción política definida, y sectores populares y campesinos opuestos a la ideología liberal (o neoliberal como ellos llaman).
Allí surgió la figura de Fernando Lugo.
Lugo es un hombre que desde el momento en que cobró notoriedad por su actividad eclesiástica fue identificado con el ala izquierda de la Iglesia Católica. Sea por sus actitudes, por su lenguaje y hasta por su propia forma de vestir y dejarse crecer la barba y el pelo, el sacerdote estuvo siempre posicionado entre los que promulgaban la llamada “opción por los pobres”, llevándola hacia la línea más radical, la de la Teología de la Liberación. Ya designado Obispo de San Pedro, cayó en el terreno más fértil existente en el país para sembrar sus ideas políticas, regados con el poderoso fertilizante que constituye la situación de extrema pobreza y desigualdad social del Segundo Departamento, y donde muchos años antes, otros ya estuvieron preparando el suelo con ideologías similares.
La prédica religiosa del obispo Fernando Lugo siempre se asemejó --más que un sermón destinado a guiar al feligrés hacia una relación espiritual cercana con el Creador-- a un discurso político que resaltaba las injusticias sociales y la necesidad de un cambio de actitud de los sometidos con miras a superar su condición marginal. Pero no solo se quedaba en las homilías, sino que participaba de las actividades llevadas adelante por las organizaciones sociales, por ejemplo, oficiando misas en propiedades privadas invadidas por supuestos campesinos sin tierra.
De modo que cuando el prelado anunció su alejamiento del ministerio pastoral, fue fácil presuponer que su siguiente paso sería lanzarse a la arena política. Para entonces ya tenía plenamente definido su proyecto personal, con el apoyo de un grupo de incondicionales que comulgaban con su ideología, y sostenido por algunos de los dirigentes a quienes había acompañado en sus cruzadas antioligárquicas.
Pese a que era reconocida su tendencia a la izquierda, muchos liberales encontraron en Lugo la figura ideal que buscaban para desbancar a los colorados del poder, ya que esa era la consigna, lograr el cambio de color, sin importar los medios o la persona utilizada para el efecto. Y aquí está la palabra clave. Pensaron que podrían utilizar al exobispo para el cumplimiento de sus fines, como una suerte de Pato Donald liberal, quien una vez concretado el plan anticolorado sería fácilmente manejable para encaminar el Gobierno por el camino trazado por el PLRA. Esto a sabiendas que detrás de su sencilla apariencia de hombre de iglesia, vestido con la mansedumbre de un cordero, se hallaba un lobo con todas las mañas de los más hábiles activistas de la izquierda radical.
Lugo aceptó tener a un liberal como compañero de fórmula, nombrar a varios liberales como ministros o directores de entes, y otorgar alguna que otra embajada al sector. Pero lo que nunca hizo en un año y medio de gobierno fue adecuarse a la agenda liberal, a excepción de uno que otro proyecto de ley o medida económica que aliviara la presión azul y contuviera las críticas cada vez más reiteradas del vicepresidente.
Poco a poco el lobo se fue despojando de su falsa piel de cordero y exhibiendo sus garras, al ir asumiendo actitudes y adoptando medidas que cada vez emulaban más las de sus colegas propulsores del “socialismo del siglo 21”, con discursos maniqueístas que colocaban a los ricos en la vereda de los malos y a reducir la calificación de “pueblo” a los sectores que representan las clases menos pudientes, diferenciándolos de los que él denominó “privilegiados con cuentas bancarias”.
El Presidente fue llevando progresivamente agua a su molino, al remover a los liberales de línea opositora de los cargos de importancia, para ubicar en su lugar a los que se amoldan a su corriente política, pero manteniendo cerca suyo –e incluso tomando directa ingerencia en el proselitismo interno del PLRA-- a los liberales que prefieren seguir apoyando al Presidente que a sus correligionarios institucionalistas.
Y están las criticadas decisiones del presidente con relación a la distribución de fuertes sumas de dinero a sectores “amigos”, mayormente asentados en el Departamento de San Pedro, prohijados por su fidelísimo aliado el gobernador José “Paková” Ledesma, además de la insistencia en adquirir tierras ubicadas en la misma zona un precio exhorbitante sin tener en cuenta los estudios que lo desaprueban, y la actitud de no tener en cuenta a los técnicos liberales –tal como fue pactado al formarse la Alianza Patriótica para el Cambio—para la toma de decisiones importantes de interés nacional. Lo más reciente, el apoyo a un movimiento de izquierda para las próximas elecciones municipales, dando la espalda al partido que, le guste o no le guste, lo llevó al poder.
Son estas y muchas otras más que aquí no cabrían, las pruebas inequívocas de que el proyecto luguista preestablecido que mencionábamos más arriba está en pleno desarrollo, y que a Fernando Lugo ya no le sirve –o al menos eso es lo que cree— el partido que él utilizó (y no al revés), para acceder al poder y cumplir así sus objetivos.
Ahora, mientras el lobo ya casi totalmente despojado de su disfraz, sigue adelante con sus planes, los liberales se arrancan la piel entre ellos, y lloran sobre la leche derramada. No faltan quienes repiten el popular “te lo dije y no me escuchaste”, recordando que fue una mala idea apoyar a un candidato creyendo ingenuamente que sería un títere fácilmente manejable, para caer en la cuenta que ahora él cortó los hilos con sus garras y tomó control del escenario. Los liberales se dividen entre los que piensan que Lugo se debe al partido que lo llevó al triunfo, y los que opinan que hay que continuar a su lado pese a sus desaciertos, para defender el proceso de cambio y no dar pie a un retorno de los colorados al poder.
Los próximos meses dirán si es cierto --como advirtió el vicepresidente Franco-- que el frente luguista del PLRA saldrá derrotado en las próximas internas, para que salga fortalecido el antiluguismo, y si éste tendrá el respaldo de los otros partidos a fin de ejercer un contrapoder a las ansias de dominio del mandatario.
Por ahora, como Fernando Lugo ratificó varias veces, él es el que tiene la lapicera y mientras el partido que lo encumbró continúe sin recuperar la unidad perdida, no habrá quien borre los decretos presidenciales que se irán firmando, a la manera de los idiomas orientales: de derecha a izquierda.
jueves, 18 de febrero de 2010
Si yo fuera del EPP
Si yo fuera del EPP, una vez concretado uno de mis exitosos secuestros, tras la entrega de la víctima y el cobro del rescate, me despojaría de esta mugrosa vestimenta camuflada y me daría un buen baño en un refrescante arroyo de Concepción, quizás el Tagatiyá, donde podría disfrutar de la hermosa vista de los pececitos nadando a mi alrededor, y luego me vestiría con la mejor marca de ropa disponible en el mercado norteño y -- salpicado de pies a cabeza con perfume francés-- abordaría un ómnibus que me llevara lejos, muy lejos de los inhóspitos montes en los que estuve oculto durante meses resguardando a mi secuestrado.
Si yo fuera del EPP, me dirigiría al lugar donde existen menos posibilidades de que sea reconocido luego de la publicación de mi fotografía en los medios de comunicación. Ni siquiera hablo de Brasil o Argentina, adonde podría llegar atravesando las permeables fronteras nacionales, sino me dirigiría al sitio más poblado existente en territorio paraguayo: la capital del país, que si bien no es una urbe superpoblada capaz de competir con otras del continente, cómodamente supera el millón de habitantes incluyendo a los que duermen de noche en las ciudades vecinas y trabajan de día en Asunción. Sería solo uno de los miles de rostros que diariamente se cruzan en las calles, ómnibus y centros de compras de la madre de ciudades, donde ninguno tiene el tiempo de detenerse a buscar a algún parecido con cualquiera de aquellos que aparecen en los afiches distribuidos por las autoridades.
A diferencia del interior del país --donde todos se conocen y cualquier persona extraña rápidamente pasaría por sospechosa y sería denunciada a los centenares de efectivos policiales y militares que me están buscando-- en la gran ciudad pasaría totalmente desapercibido.
Si yo fuera del EPP, me dejaría caer sobre el mullido sofá de un coqueto apartamento ubicado en una zona residencial asuncena, adquirido con parte de los miles de dólares cobrados en concepto de rescate por los diversos secuestros cometidos, encendería el televisor de plasma de 42 pulgadas para observar los noticieros que relatan la intensa búsqueda por aire y tierra de los agentes especializados en combate a la guerrilla, en bosques que jamás han pisado en su vida, expuestos al calor, los arbustos espinosos y las agresivas avispas, tratando de detenerme, sin saber que estoy a centenares de kilómetros de distancia. Y por las noches, convocaría a mis compañeros de lucha, para que en torno a una pizza tamaño familiar comprada vía delivery, acompañada de abundante cerveza --no la que fabrica el enemigo norteamericano, por cierto, sino la birra paraguaya de pura cepa-- nos reuniríamos a planificar nuestro próximo golpe siguiendo las directrices de nuestro manual de procedimientos y las recomendaciones más actualizadas de los colegas del país cafetero, recibidas vía e-mail en la computadora de algún aliado que vive mimetizado entre la gente honesta de nuestra sociedad.
Si yo fuera del EPP, llegaría a la cuenta de que estamos a años luz de convertirnos alguna vez en una fuerza revolucionaria que siguiendo los ideales del camarada Lenin, el ejemplo del compañero Fidel y apoyada por el fervoroso apoyo de las clases populares y campesinas del país, lleve adelante con éxito una campaña bélica interna que culmine con la liberación del pueblo de la opresión a la que lo somete la oligarquía latifundista neoliberal. Comprendería al fin, que ha quedado plenamente demostrado que mi movimiento político-militar no ha logrado ganarse el favor del pueblo al que dice representar, sino todo lo contrario, se ha vuelto más impopular que los propios terratenientes que los explotan.
Me daría cuenta, de una vez por todas, que mi ejército de hombres y mujeres progresistas y libertarios ya no es inspirado por la ideología que de jóvenes comulgábamos, sino se ha rebajado a ser una gavilla de delincuentes dedicada a vivir del delito más severamente castigado por nuestras leyes que el homicidio doloso. Y al ver en mis manos el jugoso botín que constituyen los rescates, entendería que lo único que cuenta al fin y al cabo es el dinero y las comodidades que éste me puede proveer, y que si todavía reservaremos parte de la recaudación para adquirir equipamientos ya no será con miras a armar a nuestros combatientes en la futura guerra de guerrillas, sino a hacer más efectiva nuestra labor delincuencial.
Me reiría entonces de los pobres in-efectivos militares y policiales que de sol a sol siguen rastreándome entre los matorrales de Concepción tratando de brindar al menos una sensación de seguridad a la atemorizada población de la que alguna vez formé parte y que ahora me desprecia, mientras yo estoy aquí, en el vecindario de sus jefes y comandantes, más cerca de lo que éstos se imaginan, esperando el momento, paciente, proyectando mi siguiente ataque, a la hora y en el lugar menos pensado, sobre la víctima más desprevenida, cuyo nombre no aparece en la lista que supuestamente mis compañeros y yo torpemente abandonamos en uno de nuestros cuarteles del interior, para despojarla de los verdes billetes teñidos de sangre que acumuló durante años de explotación a los sufridos proletarios y campesinos de mi país.
Si yo fuera del EPP, me dirigiría al lugar donde existen menos posibilidades de que sea reconocido luego de la publicación de mi fotografía en los medios de comunicación. Ni siquiera hablo de Brasil o Argentina, adonde podría llegar atravesando las permeables fronteras nacionales, sino me dirigiría al sitio más poblado existente en territorio paraguayo: la capital del país, que si bien no es una urbe superpoblada capaz de competir con otras del continente, cómodamente supera el millón de habitantes incluyendo a los que duermen de noche en las ciudades vecinas y trabajan de día en Asunción. Sería solo uno de los miles de rostros que diariamente se cruzan en las calles, ómnibus y centros de compras de la madre de ciudades, donde ninguno tiene el tiempo de detenerse a buscar a algún parecido con cualquiera de aquellos que aparecen en los afiches distribuidos por las autoridades.
A diferencia del interior del país --donde todos se conocen y cualquier persona extraña rápidamente pasaría por sospechosa y sería denunciada a los centenares de efectivos policiales y militares que me están buscando-- en la gran ciudad pasaría totalmente desapercibido.
Si yo fuera del EPP, me dejaría caer sobre el mullido sofá de un coqueto apartamento ubicado en una zona residencial asuncena, adquirido con parte de los miles de dólares cobrados en concepto de rescate por los diversos secuestros cometidos, encendería el televisor de plasma de 42 pulgadas para observar los noticieros que relatan la intensa búsqueda por aire y tierra de los agentes especializados en combate a la guerrilla, en bosques que jamás han pisado en su vida, expuestos al calor, los arbustos espinosos y las agresivas avispas, tratando de detenerme, sin saber que estoy a centenares de kilómetros de distancia. Y por las noches, convocaría a mis compañeros de lucha, para que en torno a una pizza tamaño familiar comprada vía delivery, acompañada de abundante cerveza --no la que fabrica el enemigo norteamericano, por cierto, sino la birra paraguaya de pura cepa-- nos reuniríamos a planificar nuestro próximo golpe siguiendo las directrices de nuestro manual de procedimientos y las recomendaciones más actualizadas de los colegas del país cafetero, recibidas vía e-mail en la computadora de algún aliado que vive mimetizado entre la gente honesta de nuestra sociedad.
Si yo fuera del EPP, llegaría a la cuenta de que estamos a años luz de convertirnos alguna vez en una fuerza revolucionaria que siguiendo los ideales del camarada Lenin, el ejemplo del compañero Fidel y apoyada por el fervoroso apoyo de las clases populares y campesinas del país, lleve adelante con éxito una campaña bélica interna que culmine con la liberación del pueblo de la opresión a la que lo somete la oligarquía latifundista neoliberal. Comprendería al fin, que ha quedado plenamente demostrado que mi movimiento político-militar no ha logrado ganarse el favor del pueblo al que dice representar, sino todo lo contrario, se ha vuelto más impopular que los propios terratenientes que los explotan.
Me daría cuenta, de una vez por todas, que mi ejército de hombres y mujeres progresistas y libertarios ya no es inspirado por la ideología que de jóvenes comulgábamos, sino se ha rebajado a ser una gavilla de delincuentes dedicada a vivir del delito más severamente castigado por nuestras leyes que el homicidio doloso. Y al ver en mis manos el jugoso botín que constituyen los rescates, entendería que lo único que cuenta al fin y al cabo es el dinero y las comodidades que éste me puede proveer, y que si todavía reservaremos parte de la recaudación para adquirir equipamientos ya no será con miras a armar a nuestros combatientes en la futura guerra de guerrillas, sino a hacer más efectiva nuestra labor delincuencial.
Me reiría entonces de los pobres in-efectivos militares y policiales que de sol a sol siguen rastreándome entre los matorrales de Concepción tratando de brindar al menos una sensación de seguridad a la atemorizada población de la que alguna vez formé parte y que ahora me desprecia, mientras yo estoy aquí, en el vecindario de sus jefes y comandantes, más cerca de lo que éstos se imaginan, esperando el momento, paciente, proyectando mi siguiente ataque, a la hora y en el lugar menos pensado, sobre la víctima más desprevenida, cuyo nombre no aparece en la lista que supuestamente mis compañeros y yo torpemente abandonamos en uno de nuestros cuarteles del interior, para despojarla de los verdes billetes teñidos de sangre que acumuló durante años de explotación a los sufridos proletarios y campesinos de mi país.
sábado, 13 de febrero de 2010
Blogueo, luego existo
Durante años - desde que tomé conocimiento de los llamados "blogs", comunidades virtuales, sistema de mensajería instantánea y otros métodos de comunicación a través de internet - he sido reacio a suscribirme a alguna de las tantas opciones que ofrecen los distintos proveedores del servicio y a las que muchos de mis amigos y conocidos están integrados, y que utilizan para tomar contacto con centenares de personas dentro y fuera del país.
Es que no me parecía muy saludable la idea de exponerme ante los ojos del mundo, sea por temor, prejuicio, precaución o simple deseo de mantener la privacidad.
Pero como todo en la vida cambia y cambian ciertas posturas personales - no así la ética, la fe religiosa y otros principios humanos esenciales - también cambió mi posición acerca de crear mi propio blog en internet. Y esto obedece a que he notado que tan fácil como disponer de un espacio propio lo es escribir en ellos opiniones o críticas sobre cualquier tema como si los autores fuesen profundos conocedores de la materia en cuestión, pese a no contar con ninguna autoridad, capacidad de análisis, o un mínimo de conocimiento previo del asunto y su contexto como para sentar postura de una manera responsable y coherente. No es mi intención erigirme en juez de las opiniones ajenas, sino simplemente me apropio del derecho que me asiste también a divagar sobre cualquier asunto de mi interés, pues para eso se crearon estos espacios de libre expresión, tan abiertos y accesibles, como no se ha visto desde los tiempos de la antigua Grecia, donde existía un foro público en el que toda persona natural o extranjera podía exponer abiertamente sus ideas sobre política, religión o filosofía, generando intensos y enriquecedores debates con todos los ciudadanos.
Con los blogs ocurre lo mismo. Todos pueden opinar, todos pueden aportar a las opiniones de otros. Y ahora quiero formar parte de ese grupo al que hasta ayer llamaba "los otros". Quiero volver a transmitir alguna posición personal al público, como hacía 15 o 20 años atrás, cuando escribía en las páginas del diario ABC Color. Desde que dejé de hacerlo me limité a formar parte de la gran mayoría de lectores pasivos y que reducía sus comentarios a conversaciones de entrecasa, pero ahora quiero volver a ser activo comentarista de la realidad que me rodea.
Hoy en día llegamos casi al extremo de prácticamente no existir para el resto de la sociedad, si no poseemos una dirección de correo electrónico, (algunas tienen 3 o 4), no estamos conectados a algún servicio de mensajería instantánea, algún chat, o un blog en el que periódicamente incluyamos nuestras fotos más actualizadas o comentemos el menú de la noche anterior o la última película vista el fin de semana.
Trescientos años atrás era más sencillo ser alguien. Decía un filósofo que bastaba con pensar para existir, o bien que la existencia misma era precedia por el pensamiento. Hoy el derecho de existir (al menos ante los ojos de la sociedad) requiere tener acceso a una computadora, que ésta tenga conexión ilimitada a internet, y que cuentes con una página de información personal tuya en algún lugar , llámese blogspot, orkut, badoo, twitter, y un largo etcétera. Más aún, para ser considerado hasta por el círculo más íntimo de amigos, con los que cada vez es más difícil reunirse para hablar hasta de las mayores trivialidades, es imprescindible contar con un Blog donde pueda uno plasmar sus experiencias y opiniones. Blogueo luego existo es el imperativo de nuestro tiempo. Y tanto es así, que hasta el hombre más reacio a los blogs tuvo que caer bajo el imperio de esta innovación tecnológica, que tarde o temprano acabará por someter a todos los seres humanos.
La comunicación instantánea personal y a distancia ha llegado para quedarse, y no podemos estar ajenos a ella, bajo el riesgo de que el mundo puede creer que no existimos porque simplemente nuestros nombres o fotografías no aparecen en ninguno de los buscadores de internet que ofrece el mercado.
De modo que a partir de hoy, Rafael Gunsett existe e invita a todos los blogueros del mundo a visitarlo en su humilde hogar cibernético, para compartir con él un sano debate sobre cualquier tema que atrape su atención, y del que se crea capaz de hacer un análisis, una crítica o un simple comentario impresionista, sin pretensiones de competir con algún Premio Nobel en la materia elegida. Sea yo bienvenido al mundo de los blogs, y sean ustedes bienvenidos a mi mundo personal.
Es que no me parecía muy saludable la idea de exponerme ante los ojos del mundo, sea por temor, prejuicio, precaución o simple deseo de mantener la privacidad.
Pero como todo en la vida cambia y cambian ciertas posturas personales - no así la ética, la fe religiosa y otros principios humanos esenciales - también cambió mi posición acerca de crear mi propio blog en internet. Y esto obedece a que he notado que tan fácil como disponer de un espacio propio lo es escribir en ellos opiniones o críticas sobre cualquier tema como si los autores fuesen profundos conocedores de la materia en cuestión, pese a no contar con ninguna autoridad, capacidad de análisis, o un mínimo de conocimiento previo del asunto y su contexto como para sentar postura de una manera responsable y coherente. No es mi intención erigirme en juez de las opiniones ajenas, sino simplemente me apropio del derecho que me asiste también a divagar sobre cualquier asunto de mi interés, pues para eso se crearon estos espacios de libre expresión, tan abiertos y accesibles, como no se ha visto desde los tiempos de la antigua Grecia, donde existía un foro público en el que toda persona natural o extranjera podía exponer abiertamente sus ideas sobre política, religión o filosofía, generando intensos y enriquecedores debates con todos los ciudadanos.
Con los blogs ocurre lo mismo. Todos pueden opinar, todos pueden aportar a las opiniones de otros. Y ahora quiero formar parte de ese grupo al que hasta ayer llamaba "los otros". Quiero volver a transmitir alguna posición personal al público, como hacía 15 o 20 años atrás, cuando escribía en las páginas del diario ABC Color. Desde que dejé de hacerlo me limité a formar parte de la gran mayoría de lectores pasivos y que reducía sus comentarios a conversaciones de entrecasa, pero ahora quiero volver a ser activo comentarista de la realidad que me rodea.
Hoy en día llegamos casi al extremo de prácticamente no existir para el resto de la sociedad, si no poseemos una dirección de correo electrónico, (algunas tienen 3 o 4), no estamos conectados a algún servicio de mensajería instantánea, algún chat, o un blog en el que periódicamente incluyamos nuestras fotos más actualizadas o comentemos el menú de la noche anterior o la última película vista el fin de semana.
Trescientos años atrás era más sencillo ser alguien. Decía un filósofo que bastaba con pensar para existir, o bien que la existencia misma era precedia por el pensamiento. Hoy el derecho de existir (al menos ante los ojos de la sociedad) requiere tener acceso a una computadora, que ésta tenga conexión ilimitada a internet, y que cuentes con una página de información personal tuya en algún lugar , llámese blogspot, orkut, badoo, twitter, y un largo etcétera. Más aún, para ser considerado hasta por el círculo más íntimo de amigos, con los que cada vez es más difícil reunirse para hablar hasta de las mayores trivialidades, es imprescindible contar con un Blog donde pueda uno plasmar sus experiencias y opiniones. Blogueo luego existo es el imperativo de nuestro tiempo. Y tanto es así, que hasta el hombre más reacio a los blogs tuvo que caer bajo el imperio de esta innovación tecnológica, que tarde o temprano acabará por someter a todos los seres humanos.
La comunicación instantánea personal y a distancia ha llegado para quedarse, y no podemos estar ajenos a ella, bajo el riesgo de que el mundo puede creer que no existimos porque simplemente nuestros nombres o fotografías no aparecen en ninguno de los buscadores de internet que ofrece el mercado.
De modo que a partir de hoy, Rafael Gunsett existe e invita a todos los blogueros del mundo a visitarlo en su humilde hogar cibernético, para compartir con él un sano debate sobre cualquier tema que atrape su atención, y del que se crea capaz de hacer un análisis, una crítica o un simple comentario impresionista, sin pretensiones de competir con algún Premio Nobel en la materia elegida. Sea yo bienvenido al mundo de los blogs, y sean ustedes bienvenidos a mi mundo personal.
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