La actual escisión en el seno del Partido Liberal Radical Auténtico no constituye ninguna sorpresa si analizamos la situación política antes de las elecciones generales del 20 de abril de 2008. Incluso debemos ir más atrás, a la previa de la convención liberal en la que se decidió apoyar la candidatura de Fernando Lugo a la Presidencia de la República.
Los azules eran conscientes que se precisaba de una figura fuerte capaz de derrotar de una vez por todas al Partido Colorado, luego de 60 años de predominio absoluto en el Gobierno de la República. Entre sus filas el único que se consideraba potable para encabezar una chapa presidencial con miras a los comicios del 2008 era Federico Franco, muy por encima de un pretencioso Carlos Mateo Balmelli o cualquier otro que pudiera proponer el sector liderado por el entonces más duro rival interno de los Franco, Blas Llano.
Pero no era suficiente. Hacía falta alguien con mayor arrastre popular capaz de superar a quien resultara postulante de los colorados, que por entonces aún no decidían entre Luis Castiglioni o Blanca Ovelar. Era necesario captar de alguna manera los votos de los sectores que normalmente no apoyarían a un candidato liberal, incluyendo a los colorados descontentos, oviedistas, patriaqueridistas no convencidos de las posibilidades de su líder Fadul, personas sin opción política definida, y sectores populares y campesinos opuestos a la ideología liberal (o neoliberal como ellos llaman).
Allí surgió la figura de Fernando Lugo.
Lugo es un hombre que desde el momento en que cobró notoriedad por su actividad eclesiástica fue identificado con el ala izquierda de la Iglesia Católica. Sea por sus actitudes, por su lenguaje y hasta por su propia forma de vestir y dejarse crecer la barba y el pelo, el sacerdote estuvo siempre posicionado entre los que promulgaban la llamada “opción por los pobres”, llevándola hacia la línea más radical, la de la Teología de la Liberación. Ya designado Obispo de San Pedro, cayó en el terreno más fértil existente en el país para sembrar sus ideas políticas, regados con el poderoso fertilizante que constituye la situación de extrema pobreza y desigualdad social del Segundo Departamento, y donde muchos años antes, otros ya estuvieron preparando el suelo con ideologías similares.
La prédica religiosa del obispo Fernando Lugo siempre se asemejó --más que un sermón destinado a guiar al feligrés hacia una relación espiritual cercana con el Creador-- a un discurso político que resaltaba las injusticias sociales y la necesidad de un cambio de actitud de los sometidos con miras a superar su condición marginal. Pero no solo se quedaba en las homilías, sino que participaba de las actividades llevadas adelante por las organizaciones sociales, por ejemplo, oficiando misas en propiedades privadas invadidas por supuestos campesinos sin tierra.
De modo que cuando el prelado anunció su alejamiento del ministerio pastoral, fue fácil presuponer que su siguiente paso sería lanzarse a la arena política. Para entonces ya tenía plenamente definido su proyecto personal, con el apoyo de un grupo de incondicionales que comulgaban con su ideología, y sostenido por algunos de los dirigentes a quienes había acompañado en sus cruzadas antioligárquicas.
Pese a que era reconocida su tendencia a la izquierda, muchos liberales encontraron en Lugo la figura ideal que buscaban para desbancar a los colorados del poder, ya que esa era la consigna, lograr el cambio de color, sin importar los medios o la persona utilizada para el efecto. Y aquí está la palabra clave. Pensaron que podrían utilizar al exobispo para el cumplimiento de sus fines, como una suerte de Pato Donald liberal, quien una vez concretado el plan anticolorado sería fácilmente manejable para encaminar el Gobierno por el camino trazado por el PLRA. Esto a sabiendas que detrás de su sencilla apariencia de hombre de iglesia, vestido con la mansedumbre de un cordero, se hallaba un lobo con todas las mañas de los más hábiles activistas de la izquierda radical.
Lugo aceptó tener a un liberal como compañero de fórmula, nombrar a varios liberales como ministros o directores de entes, y otorgar alguna que otra embajada al sector. Pero lo que nunca hizo en un año y medio de gobierno fue adecuarse a la agenda liberal, a excepción de uno que otro proyecto de ley o medida económica que aliviara la presión azul y contuviera las críticas cada vez más reiteradas del vicepresidente.
Poco a poco el lobo se fue despojando de su falsa piel de cordero y exhibiendo sus garras, al ir asumiendo actitudes y adoptando medidas que cada vez emulaban más las de sus colegas propulsores del “socialismo del siglo 21”, con discursos maniqueístas que colocaban a los ricos en la vereda de los malos y a reducir la calificación de “pueblo” a los sectores que representan las clases menos pudientes, diferenciándolos de los que él denominó “privilegiados con cuentas bancarias”.
El Presidente fue llevando progresivamente agua a su molino, al remover a los liberales de línea opositora de los cargos de importancia, para ubicar en su lugar a los que se amoldan a su corriente política, pero manteniendo cerca suyo –e incluso tomando directa ingerencia en el proselitismo interno del PLRA-- a los liberales que prefieren seguir apoyando al Presidente que a sus correligionarios institucionalistas.
Y están las criticadas decisiones del presidente con relación a la distribución de fuertes sumas de dinero a sectores “amigos”, mayormente asentados en el Departamento de San Pedro, prohijados por su fidelísimo aliado el gobernador José “Paková” Ledesma, además de la insistencia en adquirir tierras ubicadas en la misma zona un precio exhorbitante sin tener en cuenta los estudios que lo desaprueban, y la actitud de no tener en cuenta a los técnicos liberales –tal como fue pactado al formarse la Alianza Patriótica para el Cambio—para la toma de decisiones importantes de interés nacional. Lo más reciente, el apoyo a un movimiento de izquierda para las próximas elecciones municipales, dando la espalda al partido que, le guste o no le guste, lo llevó al poder.
Son estas y muchas otras más que aquí no cabrían, las pruebas inequívocas de que el proyecto luguista preestablecido que mencionábamos más arriba está en pleno desarrollo, y que a Fernando Lugo ya no le sirve –o al menos eso es lo que cree— el partido que él utilizó (y no al revés), para acceder al poder y cumplir así sus objetivos.
Ahora, mientras el lobo ya casi totalmente despojado de su disfraz, sigue adelante con sus planes, los liberales se arrancan la piel entre ellos, y lloran sobre la leche derramada. No faltan quienes repiten el popular “te lo dije y no me escuchaste”, recordando que fue una mala idea apoyar a un candidato creyendo ingenuamente que sería un títere fácilmente manejable, para caer en la cuenta que ahora él cortó los hilos con sus garras y tomó control del escenario. Los liberales se dividen entre los que piensan que Lugo se debe al partido que lo llevó al triunfo, y los que opinan que hay que continuar a su lado pese a sus desaciertos, para defender el proceso de cambio y no dar pie a un retorno de los colorados al poder.
Los próximos meses dirán si es cierto --como advirtió el vicepresidente Franco-- que el frente luguista del PLRA saldrá derrotado en las próximas internas, para que salga fortalecido el antiluguismo, y si éste tendrá el respaldo de los otros partidos a fin de ejercer un contrapoder a las ansias de dominio del mandatario.
Por ahora, como Fernando Lugo ratificó varias veces, él es el que tiene la lapicera y mientras el partido que lo encumbró continúe sin recuperar la unidad perdida, no habrá quien borre los decretos presidenciales que se irán firmando, a la manera de los idiomas orientales: de derecha a izquierda.
LA FRASE
"El Estado es como el cuerpo humano. No todas las funciones que realiza son nobles"
Anatole France
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Qué lástima que a los liberales les faltó el "don del discernimiento" y no pudieron descubrir al lobo con piel de cordero; se hubieran ahorrado muchos dolores de cabeza y al pueblo, le hubieran evitado el sufrimiento de ser gobernado por una rara cruza de lobo y burro!
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