Alguien dijo una vez que en el Paraguay nadie pierde ni gana reputación.
Sin embargo, la realidad es un tanto diferente.
Cualquiera puede hacerse de una reputación, sea por buenas o malas razones. Lo importante es ganar notoriedad de alguna manera, sin importar que uno se haya destacado por pensamientos, palabras o actos positivos, honestos, saludables y que por medios honestos y éticos redunden en beneficio propio y de la sociedad….. o todo lo contrario.
Vivimos en un país en el que todos buscan alguien de quien hablar, sea para criticar o para alabarlo. Cada cual desea ser seguidor de alguna celebridad, sea del ámbito artístico, deportivo, político o de entre la gente común y corriente. La necesidad de tener un ídolo de pies de barro al que todos le rindan loas, aunque sea por solo unos meses, mientras esté de moda, mueve a la gente a estar en la permanente búsqueda de un personaje de quien se pueda omentar en la ronda de amigos, en la sobremesa familiar o en el receso laboral. Y los medios de comunicación son los abanderados de esta causa nacional que consiste en gastar kilómetros de líneas escritas y miles de minutos de programación radial y televisiva para referirse al pensamiento, obra y vida íntima de la estrella del momento.
Puede tratarse de cualquier ser humano. Un deportista que se eleva a lo más alto del ranking o cae a lo más bajo al protagonizar ebrio un caso de violencia doméstica. Un político que lanza una polémica acusación contra algún colega o reconoce haber incurrido en un delito amparado en sus fueros. Un empresario descubierto en un affaire de evasión o malversación de fondos. Un banquero que lleva a la quiebra a la entidad de la que dependen miles de ahorristas. Una modelo que se jacta de haber pasado la noche porque la “eligió” un artista famoso. O hasta un ciudadano que sufre un accidente borracho y sale milagrosamente ileso para relatar su experiencia en un pésimo español.
La lista de posibilidades es infinita. De la noche a la mañana alguien puede saltar del absoluto anonimato a la cima del podio destinado a las celebridades más admiradas o repudiadas. Sí, repudiadas, porque aquella persona de la que todo el mundo habla pestes durante varios días o semanas consecutivas llega a convertirse también en una estrella de los medios y de la voz popular. Está presente en los msn, los blogs, los chats, y todos los sistemas actuales de comunicación interpersonal y social. Con el tiempo su fama trasciende los límites del bien y el mal, y pasa al olvido la razón de su repentino éxito entre los nombres más buscados en Internet. Tarde o temprano, al ídolo positivo alguien le encuentra un defecto por el cual criticarlo, y al negativo le descubren alguna virtud por la cual admirarlo. Desaparecen las diferencias entre el héroe y el villano. Son al fin y al cabo, personas conocidas por todos, niños y ancianos, doctos y analfabetos, ricos y pobres. Nadie puede alegar ignorancia cuando se le requiere su opinión sobre la última novedad del ídolo del momento.
Así, una vez que la persona en cuestión se gana la reputación obtenida por el medio de su competencia, ya obtiene lo que pretendía: ser la comidilla de las páginas y programas de chismosos, atraer miradas en las reuniones sociales y shopping centers, ser el más requerido por los fotógrafos y recibir el saludo de personas desconocidas que creen saber hasta los más íntimos detalles de su vida. Pero la fama no viene sola. Muchos obtienen jugosos contratos con empresas que buscan una nueva imagen para sus productos y además son convocados por los canales de televisión para participar como invitado o incluso conducir un programa que se emite en el horario central. Así el rating está asegurado, al menos por una temporada.
Pasados los años, su nombre está casi diluido en el mar del olvido, pero siempre está presente de alguna manera en el inconsciente colectivo. Se recuerdan su nombre y su imagen, se sabe que fue alguien especial. De alguna manera su fama permanece. Lo que todos olvidan es el motivo. Al pasar el tiempo ya no existen héroes ni villanos, ladrones de guantes blancos ni asesinos de niños, violadores, evasores, golpistas, dictadores ni traficantes venidos a prósperos empresarios. Los valores morales que constituyen el pilar de la sociedad desaparecen y dejan su lugar a la más absoluta amoralidad, que al final termina siendo inmoral. A nadie le importa el pasado de quien inclusive puede estar siendo postulado a la presidencia de un Poder de la República –por poner un ejemplo hablo-- si como dicen, al fin y al cabo “el que esté excento de pecado que arroje la primera piedra”, frase favorita de los que desean justificar sus faltas señalando las ajenas. De esta manera, cualquier persona que arrastra un negro historial de corrupción tiene cabida entre los puestos más elevados y distinguidos de una sociedad de frágil memoria, con la mano amiga de una justicia cómplice que garantiza la impunidad hasta de los más sangrientos criminales.
Pero más lejos aún, todos callan ante la caradurez de quienes se lanzan a la arena política con ansias de liderazgo, o de los que pretenden erigirse en modelos de vida y ejemplos de lo que se debe hacer para alcanzar fama y fortuna; en síntesis, para “ser alguien” en la sociedad. Ellos han perdido la vergüenza. Quienes los endiosan, han perdido la dignidad.
LA FRASE
"El Estado es como el cuerpo humano. No todas las funciones que realiza son nobles"
Anatole France
Anatole France
jueves, 15 de abril de 2010
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