LA FRASE

"El Estado es como el cuerpo humano. No todas las funciones que realiza son nobles"

Anatole France


jueves, 18 de febrero de 2010

Si yo fuera del EPP

Si yo fuera del EPP, una vez concretado uno de mis exitosos secuestros, tras la entrega de la víctima y el cobro del rescate, me despojaría de esta mugrosa vestimenta camuflada y me daría un buen baño en un refrescante arroyo de Concepción, quizás el Tagatiyá, donde podría disfrutar de la hermosa vista de los pececitos nadando a mi alrededor, y luego me vestiría con la mejor marca de ropa disponible en el mercado norteño y -- salpicado de pies a cabeza con perfume francés-- abordaría un ómnibus que me llevara lejos, muy lejos de los inhóspitos montes en los que estuve oculto durante meses resguardando a mi secuestrado.
Si yo fuera del EPP, me dirigiría al lugar donde existen menos posibilidades de que sea reconocido luego de la publicación de mi fotografía en los medios de comunicación. Ni siquiera hablo de Brasil o Argentina, adonde podría llegar atravesando las permeables fronteras nacionales, sino me dirigiría al sitio más poblado existente en territorio paraguayo: la capital del país, que si bien no es una urbe superpoblada capaz de competir con otras del continente, cómodamente supera el millón de habitantes incluyendo a los que duermen de noche en las ciudades vecinas y trabajan de día en Asunción. Sería solo uno de los miles de rostros que diariamente se cruzan en las calles, ómnibus y centros de compras de la madre de ciudades, donde ninguno tiene el tiempo de detenerse a buscar a algún parecido con cualquiera de aquellos que aparecen en los afiches distribuidos por las autoridades.
A diferencia del interior del país --donde todos se conocen y cualquier persona extraña rápidamente pasaría por sospechosa y sería denunciada a los centenares de efectivos policiales y militares que me están buscando-- en la gran ciudad pasaría totalmente desapercibido.
Si yo fuera del EPP, me dejaría caer sobre el mullido sofá de un coqueto apartamento ubicado en una zona residencial asuncena, adquirido con parte de los miles de dólares cobrados en concepto de rescate por los diversos secuestros cometidos, encendería el televisor de plasma de 42 pulgadas para observar los noticieros que relatan la intensa búsqueda por aire y tierra de los agentes especializados en combate a la guerrilla, en bosques que jamás han pisado en su vida, expuestos al calor, los arbustos espinosos y las agresivas avispas, tratando de detenerme, sin saber que estoy a centenares de kilómetros de distancia. Y por las noches, convocaría a mis compañeros de lucha, para que en torno a una pizza tamaño familiar comprada vía delivery, acompañada de abundante cerveza --no la que fabrica el enemigo norteamericano, por cierto, sino la birra paraguaya de pura cepa-- nos reuniríamos a planificar nuestro próximo golpe siguiendo las directrices de nuestro manual de procedimientos y las recomendaciones más actualizadas de los colegas del país cafetero, recibidas vía e-mail en la computadora de algún aliado que vive mimetizado entre la gente honesta de nuestra sociedad.
Si yo fuera del EPP, llegaría a la cuenta de que estamos a años luz de convertirnos alguna vez en una fuerza revolucionaria que siguiendo los ideales del camarada Lenin, el ejemplo del compañero Fidel y apoyada por el fervoroso apoyo de las clases populares y campesinas del país, lleve adelante con éxito una campaña bélica interna que culmine con la liberación del pueblo de la opresión a la que lo somete la oligarquía latifundista neoliberal. Comprendería al fin, que ha quedado plenamente demostrado que mi movimiento político-militar no ha logrado ganarse el favor del pueblo al que dice representar, sino todo lo contrario, se ha vuelto más impopular que los propios terratenientes que los explotan.
Me daría cuenta, de una vez por todas, que mi ejército de hombres y mujeres progresistas y libertarios ya no es inspirado por la ideología que de jóvenes comulgábamos, sino se ha rebajado a ser una gavilla de delincuentes dedicada a vivir del delito más severamente castigado por nuestras leyes que el homicidio doloso. Y al ver en mis manos el jugoso botín que constituyen los rescates, entendería que lo único que cuenta al fin y al cabo es el dinero y las comodidades que éste me puede proveer, y que si todavía reservaremos parte de la recaudación para adquirir equipamientos ya no será con miras a armar a nuestros combatientes en la futura guerra de guerrillas, sino a hacer más efectiva nuestra labor delincuencial.
Me reiría entonces de los pobres in-efectivos militares y policiales que de sol a sol siguen rastreándome entre los matorrales de Concepción tratando de brindar al menos una sensación de seguridad a la atemorizada población de la que alguna vez formé parte y que ahora me desprecia, mientras yo estoy aquí, en el vecindario de sus jefes y comandantes, más cerca de lo que éstos se imaginan, esperando el momento, paciente, proyectando mi siguiente ataque, a la hora y en el lugar menos pensado, sobre la víctima más desprevenida, cuyo nombre no aparece en la lista que supuestamente mis compañeros y yo torpemente abandonamos en uno de nuestros cuarteles del interior, para despojarla de los verdes billetes teñidos de sangre que acumuló durante años de explotación a los sufridos proletarios y campesinos de mi país.

2 comentarios:

  1. Si yo fuera del EPP de seguro hubiese leìdo tu artìculo en mi pequeña y pràctica laptop sumida en el resfrescante ambiente del split del domicilio que me alberga y sin lugar a dudas, me habrìa despertado una suspicaz sonrisa. ja, ja. Hasta siempre

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  2. Si los del EPP estuvieran comodamente instalados en algún lugar de nuestra capital, deberían darse cuenta también de lo que decías, del desprecio que despiertan en la población en general.Habrá unos cuantos con neuronas quemadas que sientan simpatía por esos desgraciados,que se quedaron en el tiempo, cuando en la cuna del comunismo éste falló y ya cambiaron su forma de mirar el mismo.

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