LA FRASE

"El Estado es como el cuerpo humano. No todas las funciones que realiza son nobles"

Anatole France


martes, 23 de febrero de 2010

La Tierra está cambiando

Los paraguayos nos quejamos del intenso calor que sufrimos como nunca en este verano, los moscovitas -¡imagínense!- se lamentan de la peor nevada en 40 años, los porteños tienen que utilizar botes inflables para trasladarse por las inundadas calles céntricas de Buenos Aires…. nevadas históricas en México, frío extremo en Estados Unidos y Europa, deslaves en Indonesia….es un largo etcétera de problemas relacionados con fenómenos de la naturaleza que encabezan en estos días los titulares de los medios de comunicación locales e internacionales.
Gran parte de esas contingencias climáticas que tienen a mal traer a diversas regiones del mundo son inusuales, en algunos casos jamás han ocurrido y en otros no se ven desde hace décadas.
Son una señal inequívoca de que la Tierra está cambiando. Y no hablamos aquí solo del mentado “cambio climático”, que denuncian desde hace unas décadas los ecologistas, y que el exvicepresidente estadounidense Al Gore parece haber descubierto después de dejar el cargo y fallar en su intento de acceder a la primera magistratura de su país, que por cierto -¡oh sorpresa para él!- es el principal generador mundial de gases de efecto invernadero. No, no nos referimos únicamente a las transformaciones que sufre el clima por efecto de las acciones degradantes del ser humano sobre la naturaleza y que datan de hace poco más de un siglo en adelante.
En realidad el planeta está cambiando desde que nació. A partir del día en Dios dijo “hágase”, la Tierra comenzó a modificarse tanto interna como exteriormente.
Sabido es por investigaciones científicas, que continuos movimientos en la corteza terrestre y el magma que circula en su interior, a lo largo de millones de años, fueron los que dividieron los continentes, formaron los grandes océanos e hicieron emerger las altas cadenas montañosas de nuestro planeta. A ello se fueron sumando los fenómenos climáticos, que hicieron pasar la Tierra por periodos tanto de calentamiento como de enfriamiento global (las glaciaciones), además de largas eras de sequía y de interminables precipitaciones pluviales. El agua a su vez, con el paso de los milenios, modificó el contorno de las montañas, creó profundos valles y transformó en lagos y mares los cráteres producidos por los meteoritos.
Fue mucho, pero mucho tiempo después de que la Tierra alcanzó su aspecto actual, que el ser humano comenzó a poblarla y a fundar núcleos urbanos. Hoy existen ciudades de millones de habitantes asentadas sobre inmensas fallas geológicas, al pie de volcanes extintos, o en los cauces secos de lo que alguna vez fueron caudalosos ríos. Y durante siglos nuestras grandes construcciones permanecieron incólumes allí donde las erigimos.
Pero eso va a cambiar. Sencillamente porque el planeta seguirá cambiando.
El proceso de transformación global que se inició desde la creación no se detendrá solo porque el hombre así lo desee. Las grandes masas de suelo, el agua y el aire que respiramos, continúan modificándose lentamente, pero sin pausa. Lejos está en nuestro ánimo lanzar alguna advertencia apocalíptica que pretenda causar alguna suerte de psicosis colectiva, pero debemos reconocer que vivimos en un mundo en constante evolución, y que de aquí a unas décadas o siglos, allí donde hoy existe un valle seco volverá a fluir un rio, y en contrapartida, donde hay un hermoso lago volverá a verse el fondo del cráter. El glaciar que es una atracción turística se derretirá y la selva se transformará en desierto. Y todo lo que construimos en esos lugares, ciudades incluidas, será arrasado por la acción de la naturaleza. Un adelanto de lo que vendrá ya lo estamos viviendo en algunos de los desastres naturales que se están cobrando miles de vidas, como el tsunami de Indonesia, el huracán Katrina del Caribe y el terremoto de Haití. También los recientes deslizamientos de tierra en México, y los anegamientos de ciudades como Buenos Aires, el frío extremo en algunas ciudades y el calor insoportable en otras, aunque menos graves en lo referente a víctimas, también forman parte de esos cambios que afectan al planeta.
No hay duda que la contaminación ambiental provocada por los seres humanos está acelerando ese proceso, que vale la pena frenar lo más posible. No debemos eludir nuestra responsabilidad en tal sentido ni aflojar en nuestra lucha en defensa del mundo en que vivimos. Pero cierto es que los desastres naturales seguirán sucediéndose, en el tiempo y el lugar menos pensados.
La pregunta que debemos formularnos es: ¿qué debemos hacer mientras tanto? Para empezar, invirtamos menos en carreras armamentistas y otros siderales gastos superfluos, y destinemos más recursos a fondos de contingencia para ayudar a las víctimas de esos desastres, además de ejecutar proyectos de prevención o mitigación del impacto de los fenómenos naturales.
Si bien no podremos evitar lo inevitable -la evolución natural de un planeta vivo- podemos cambiar nuestra manera de ver y esperar el futuro, para que lo que ocurra de ahora en más no nos tome desprevenidos.
Para que esto sea posible, se impone también un cambio, tan radical como el que afecta a la Tierra pero quizá más difícil de lograr: un cambio de actitud en los líderes mundiales y en todos los ciudadanos que tienen la capacidad de operar esa transformación.
La Tierra, como planeta, está cambiando. Todos lo sabemos. Miles lo viven en carne propia al perder sus hogares y seres queridos. Ahora hace falta que cambie el mundo.

1 comentario:

  1. Así es,se deben cambiar las politícas de estado de los diferentes gobiernos, especialmente las grandes potencias, debemos cambiar nosotros (nuestras costumbres,deberán ser más ecológicas)pero,para que todos estos cambios se den deberíamos cambiar primero nuestra manera de relacionarnos con Dios, nuestro creador; entender que El, tiene el control.Respetar la naturaleza y al ser humano como su mayor creación y por su puesto, darle el primer lugar en nuestras vidas.

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