Los paraguayos nos quejamos del intenso calor que sufrimos como nunca en este verano, los moscovitas -¡imagínense!- se lamentan de la peor nevada en 40 años, los porteños tienen que utilizar botes inflables para trasladarse por las inundadas calles céntricas de Buenos Aires…. nevadas históricas en México, frío extremo en Estados Unidos y Europa, deslaves en Indonesia….es un largo etcétera de problemas relacionados con fenómenos de la naturaleza que encabezan en estos días los titulares de los medios de comunicación locales e internacionales.
Gran parte de esas contingencias climáticas que tienen a mal traer a diversas regiones del mundo son inusuales, en algunos casos jamás han ocurrido y en otros no se ven desde hace décadas.
Son una señal inequívoca de que la Tierra está cambiando. Y no hablamos aquí solo del mentado “cambio climático”, que denuncian desde hace unas décadas los ecologistas, y que el exvicepresidente estadounidense Al Gore parece haber descubierto después de dejar el cargo y fallar en su intento de acceder a la primera magistratura de su país, que por cierto -¡oh sorpresa para él!- es el principal generador mundial de gases de efecto invernadero. No, no nos referimos únicamente a las transformaciones que sufre el clima por efecto de las acciones degradantes del ser humano sobre la naturaleza y que datan de hace poco más de un siglo en adelante.
En realidad el planeta está cambiando desde que nació. A partir del día en Dios dijo “hágase”, la Tierra comenzó a modificarse tanto interna como exteriormente.
Sabido es por investigaciones científicas, que continuos movimientos en la corteza terrestre y el magma que circula en su interior, a lo largo de millones de años, fueron los que dividieron los continentes, formaron los grandes océanos e hicieron emerger las altas cadenas montañosas de nuestro planeta. A ello se fueron sumando los fenómenos climáticos, que hicieron pasar la Tierra por periodos tanto de calentamiento como de enfriamiento global (las glaciaciones), además de largas eras de sequía y de interminables precipitaciones pluviales. El agua a su vez, con el paso de los milenios, modificó el contorno de las montañas, creó profundos valles y transformó en lagos y mares los cráteres producidos por los meteoritos.
Fue mucho, pero mucho tiempo después de que la Tierra alcanzó su aspecto actual, que el ser humano comenzó a poblarla y a fundar núcleos urbanos. Hoy existen ciudades de millones de habitantes asentadas sobre inmensas fallas geológicas, al pie de volcanes extintos, o en los cauces secos de lo que alguna vez fueron caudalosos ríos. Y durante siglos nuestras grandes construcciones permanecieron incólumes allí donde las erigimos.
Pero eso va a cambiar. Sencillamente porque el planeta seguirá cambiando.
El proceso de transformación global que se inició desde la creación no se detendrá solo porque el hombre así lo desee. Las grandes masas de suelo, el agua y el aire que respiramos, continúan modificándose lentamente, pero sin pausa. Lejos está en nuestro ánimo lanzar alguna advertencia apocalíptica que pretenda causar alguna suerte de psicosis colectiva, pero debemos reconocer que vivimos en un mundo en constante evolución, y que de aquí a unas décadas o siglos, allí donde hoy existe un valle seco volverá a fluir un rio, y en contrapartida, donde hay un hermoso lago volverá a verse el fondo del cráter. El glaciar que es una atracción turística se derretirá y la selva se transformará en desierto. Y todo lo que construimos en esos lugares, ciudades incluidas, será arrasado por la acción de la naturaleza. Un adelanto de lo que vendrá ya lo estamos viviendo en algunos de los desastres naturales que se están cobrando miles de vidas, como el tsunami de Indonesia, el huracán Katrina del Caribe y el terremoto de Haití. También los recientes deslizamientos de tierra en México, y los anegamientos de ciudades como Buenos Aires, el frío extremo en algunas ciudades y el calor insoportable en otras, aunque menos graves en lo referente a víctimas, también forman parte de esos cambios que afectan al planeta.
No hay duda que la contaminación ambiental provocada por los seres humanos está acelerando ese proceso, que vale la pena frenar lo más posible. No debemos eludir nuestra responsabilidad en tal sentido ni aflojar en nuestra lucha en defensa del mundo en que vivimos. Pero cierto es que los desastres naturales seguirán sucediéndose, en el tiempo y el lugar menos pensados.
La pregunta que debemos formularnos es: ¿qué debemos hacer mientras tanto? Para empezar, invirtamos menos en carreras armamentistas y otros siderales gastos superfluos, y destinemos más recursos a fondos de contingencia para ayudar a las víctimas de esos desastres, además de ejecutar proyectos de prevención o mitigación del impacto de los fenómenos naturales.
Si bien no podremos evitar lo inevitable -la evolución natural de un planeta vivo- podemos cambiar nuestra manera de ver y esperar el futuro, para que lo que ocurra de ahora en más no nos tome desprevenidos.
Para que esto sea posible, se impone también un cambio, tan radical como el que afecta a la Tierra pero quizá más difícil de lograr: un cambio de actitud en los líderes mundiales y en todos los ciudadanos que tienen la capacidad de operar esa transformación.
La Tierra, como planeta, está cambiando. Todos lo sabemos. Miles lo viven en carne propia al perder sus hogares y seres queridos. Ahora hace falta que cambie el mundo.
LA FRASE
"El Estado es como el cuerpo humano. No todas las funciones que realiza son nobles"
Anatole France
Anatole France
martes, 23 de febrero de 2010
sábado, 20 de febrero de 2010
Las garras del lobo
La actual escisión en el seno del Partido Liberal Radical Auténtico no constituye ninguna sorpresa si analizamos la situación política antes de las elecciones generales del 20 de abril de 2008. Incluso debemos ir más atrás, a la previa de la convención liberal en la que se decidió apoyar la candidatura de Fernando Lugo a la Presidencia de la República.
Los azules eran conscientes que se precisaba de una figura fuerte capaz de derrotar de una vez por todas al Partido Colorado, luego de 60 años de predominio absoluto en el Gobierno de la República. Entre sus filas el único que se consideraba potable para encabezar una chapa presidencial con miras a los comicios del 2008 era Federico Franco, muy por encima de un pretencioso Carlos Mateo Balmelli o cualquier otro que pudiera proponer el sector liderado por el entonces más duro rival interno de los Franco, Blas Llano.
Pero no era suficiente. Hacía falta alguien con mayor arrastre popular capaz de superar a quien resultara postulante de los colorados, que por entonces aún no decidían entre Luis Castiglioni o Blanca Ovelar. Era necesario captar de alguna manera los votos de los sectores que normalmente no apoyarían a un candidato liberal, incluyendo a los colorados descontentos, oviedistas, patriaqueridistas no convencidos de las posibilidades de su líder Fadul, personas sin opción política definida, y sectores populares y campesinos opuestos a la ideología liberal (o neoliberal como ellos llaman).
Allí surgió la figura de Fernando Lugo.
Lugo es un hombre que desde el momento en que cobró notoriedad por su actividad eclesiástica fue identificado con el ala izquierda de la Iglesia Católica. Sea por sus actitudes, por su lenguaje y hasta por su propia forma de vestir y dejarse crecer la barba y el pelo, el sacerdote estuvo siempre posicionado entre los que promulgaban la llamada “opción por los pobres”, llevándola hacia la línea más radical, la de la Teología de la Liberación. Ya designado Obispo de San Pedro, cayó en el terreno más fértil existente en el país para sembrar sus ideas políticas, regados con el poderoso fertilizante que constituye la situación de extrema pobreza y desigualdad social del Segundo Departamento, y donde muchos años antes, otros ya estuvieron preparando el suelo con ideologías similares.
La prédica religiosa del obispo Fernando Lugo siempre se asemejó --más que un sermón destinado a guiar al feligrés hacia una relación espiritual cercana con el Creador-- a un discurso político que resaltaba las injusticias sociales y la necesidad de un cambio de actitud de los sometidos con miras a superar su condición marginal. Pero no solo se quedaba en las homilías, sino que participaba de las actividades llevadas adelante por las organizaciones sociales, por ejemplo, oficiando misas en propiedades privadas invadidas por supuestos campesinos sin tierra.
De modo que cuando el prelado anunció su alejamiento del ministerio pastoral, fue fácil presuponer que su siguiente paso sería lanzarse a la arena política. Para entonces ya tenía plenamente definido su proyecto personal, con el apoyo de un grupo de incondicionales que comulgaban con su ideología, y sostenido por algunos de los dirigentes a quienes había acompañado en sus cruzadas antioligárquicas.
Pese a que era reconocida su tendencia a la izquierda, muchos liberales encontraron en Lugo la figura ideal que buscaban para desbancar a los colorados del poder, ya que esa era la consigna, lograr el cambio de color, sin importar los medios o la persona utilizada para el efecto. Y aquí está la palabra clave. Pensaron que podrían utilizar al exobispo para el cumplimiento de sus fines, como una suerte de Pato Donald liberal, quien una vez concretado el plan anticolorado sería fácilmente manejable para encaminar el Gobierno por el camino trazado por el PLRA. Esto a sabiendas que detrás de su sencilla apariencia de hombre de iglesia, vestido con la mansedumbre de un cordero, se hallaba un lobo con todas las mañas de los más hábiles activistas de la izquierda radical.
Lugo aceptó tener a un liberal como compañero de fórmula, nombrar a varios liberales como ministros o directores de entes, y otorgar alguna que otra embajada al sector. Pero lo que nunca hizo en un año y medio de gobierno fue adecuarse a la agenda liberal, a excepción de uno que otro proyecto de ley o medida económica que aliviara la presión azul y contuviera las críticas cada vez más reiteradas del vicepresidente.
Poco a poco el lobo se fue despojando de su falsa piel de cordero y exhibiendo sus garras, al ir asumiendo actitudes y adoptando medidas que cada vez emulaban más las de sus colegas propulsores del “socialismo del siglo 21”, con discursos maniqueístas que colocaban a los ricos en la vereda de los malos y a reducir la calificación de “pueblo” a los sectores que representan las clases menos pudientes, diferenciándolos de los que él denominó “privilegiados con cuentas bancarias”.
El Presidente fue llevando progresivamente agua a su molino, al remover a los liberales de línea opositora de los cargos de importancia, para ubicar en su lugar a los que se amoldan a su corriente política, pero manteniendo cerca suyo –e incluso tomando directa ingerencia en el proselitismo interno del PLRA-- a los liberales que prefieren seguir apoyando al Presidente que a sus correligionarios institucionalistas.
Y están las criticadas decisiones del presidente con relación a la distribución de fuertes sumas de dinero a sectores “amigos”, mayormente asentados en el Departamento de San Pedro, prohijados por su fidelísimo aliado el gobernador José “Paková” Ledesma, además de la insistencia en adquirir tierras ubicadas en la misma zona un precio exhorbitante sin tener en cuenta los estudios que lo desaprueban, y la actitud de no tener en cuenta a los técnicos liberales –tal como fue pactado al formarse la Alianza Patriótica para el Cambio—para la toma de decisiones importantes de interés nacional. Lo más reciente, el apoyo a un movimiento de izquierda para las próximas elecciones municipales, dando la espalda al partido que, le guste o no le guste, lo llevó al poder.
Son estas y muchas otras más que aquí no cabrían, las pruebas inequívocas de que el proyecto luguista preestablecido que mencionábamos más arriba está en pleno desarrollo, y que a Fernando Lugo ya no le sirve –o al menos eso es lo que cree— el partido que él utilizó (y no al revés), para acceder al poder y cumplir así sus objetivos.
Ahora, mientras el lobo ya casi totalmente despojado de su disfraz, sigue adelante con sus planes, los liberales se arrancan la piel entre ellos, y lloran sobre la leche derramada. No faltan quienes repiten el popular “te lo dije y no me escuchaste”, recordando que fue una mala idea apoyar a un candidato creyendo ingenuamente que sería un títere fácilmente manejable, para caer en la cuenta que ahora él cortó los hilos con sus garras y tomó control del escenario. Los liberales se dividen entre los que piensan que Lugo se debe al partido que lo llevó al triunfo, y los que opinan que hay que continuar a su lado pese a sus desaciertos, para defender el proceso de cambio y no dar pie a un retorno de los colorados al poder.
Los próximos meses dirán si es cierto --como advirtió el vicepresidente Franco-- que el frente luguista del PLRA saldrá derrotado en las próximas internas, para que salga fortalecido el antiluguismo, y si éste tendrá el respaldo de los otros partidos a fin de ejercer un contrapoder a las ansias de dominio del mandatario.
Por ahora, como Fernando Lugo ratificó varias veces, él es el que tiene la lapicera y mientras el partido que lo encumbró continúe sin recuperar la unidad perdida, no habrá quien borre los decretos presidenciales que se irán firmando, a la manera de los idiomas orientales: de derecha a izquierda.
Los azules eran conscientes que se precisaba de una figura fuerte capaz de derrotar de una vez por todas al Partido Colorado, luego de 60 años de predominio absoluto en el Gobierno de la República. Entre sus filas el único que se consideraba potable para encabezar una chapa presidencial con miras a los comicios del 2008 era Federico Franco, muy por encima de un pretencioso Carlos Mateo Balmelli o cualquier otro que pudiera proponer el sector liderado por el entonces más duro rival interno de los Franco, Blas Llano.
Pero no era suficiente. Hacía falta alguien con mayor arrastre popular capaz de superar a quien resultara postulante de los colorados, que por entonces aún no decidían entre Luis Castiglioni o Blanca Ovelar. Era necesario captar de alguna manera los votos de los sectores que normalmente no apoyarían a un candidato liberal, incluyendo a los colorados descontentos, oviedistas, patriaqueridistas no convencidos de las posibilidades de su líder Fadul, personas sin opción política definida, y sectores populares y campesinos opuestos a la ideología liberal (o neoliberal como ellos llaman).
Allí surgió la figura de Fernando Lugo.
Lugo es un hombre que desde el momento en que cobró notoriedad por su actividad eclesiástica fue identificado con el ala izquierda de la Iglesia Católica. Sea por sus actitudes, por su lenguaje y hasta por su propia forma de vestir y dejarse crecer la barba y el pelo, el sacerdote estuvo siempre posicionado entre los que promulgaban la llamada “opción por los pobres”, llevándola hacia la línea más radical, la de la Teología de la Liberación. Ya designado Obispo de San Pedro, cayó en el terreno más fértil existente en el país para sembrar sus ideas políticas, regados con el poderoso fertilizante que constituye la situación de extrema pobreza y desigualdad social del Segundo Departamento, y donde muchos años antes, otros ya estuvieron preparando el suelo con ideologías similares.
La prédica religiosa del obispo Fernando Lugo siempre se asemejó --más que un sermón destinado a guiar al feligrés hacia una relación espiritual cercana con el Creador-- a un discurso político que resaltaba las injusticias sociales y la necesidad de un cambio de actitud de los sometidos con miras a superar su condición marginal. Pero no solo se quedaba en las homilías, sino que participaba de las actividades llevadas adelante por las organizaciones sociales, por ejemplo, oficiando misas en propiedades privadas invadidas por supuestos campesinos sin tierra.
De modo que cuando el prelado anunció su alejamiento del ministerio pastoral, fue fácil presuponer que su siguiente paso sería lanzarse a la arena política. Para entonces ya tenía plenamente definido su proyecto personal, con el apoyo de un grupo de incondicionales que comulgaban con su ideología, y sostenido por algunos de los dirigentes a quienes había acompañado en sus cruzadas antioligárquicas.
Pese a que era reconocida su tendencia a la izquierda, muchos liberales encontraron en Lugo la figura ideal que buscaban para desbancar a los colorados del poder, ya que esa era la consigna, lograr el cambio de color, sin importar los medios o la persona utilizada para el efecto. Y aquí está la palabra clave. Pensaron que podrían utilizar al exobispo para el cumplimiento de sus fines, como una suerte de Pato Donald liberal, quien una vez concretado el plan anticolorado sería fácilmente manejable para encaminar el Gobierno por el camino trazado por el PLRA. Esto a sabiendas que detrás de su sencilla apariencia de hombre de iglesia, vestido con la mansedumbre de un cordero, se hallaba un lobo con todas las mañas de los más hábiles activistas de la izquierda radical.
Lugo aceptó tener a un liberal como compañero de fórmula, nombrar a varios liberales como ministros o directores de entes, y otorgar alguna que otra embajada al sector. Pero lo que nunca hizo en un año y medio de gobierno fue adecuarse a la agenda liberal, a excepción de uno que otro proyecto de ley o medida económica que aliviara la presión azul y contuviera las críticas cada vez más reiteradas del vicepresidente.
Poco a poco el lobo se fue despojando de su falsa piel de cordero y exhibiendo sus garras, al ir asumiendo actitudes y adoptando medidas que cada vez emulaban más las de sus colegas propulsores del “socialismo del siglo 21”, con discursos maniqueístas que colocaban a los ricos en la vereda de los malos y a reducir la calificación de “pueblo” a los sectores que representan las clases menos pudientes, diferenciándolos de los que él denominó “privilegiados con cuentas bancarias”.
El Presidente fue llevando progresivamente agua a su molino, al remover a los liberales de línea opositora de los cargos de importancia, para ubicar en su lugar a los que se amoldan a su corriente política, pero manteniendo cerca suyo –e incluso tomando directa ingerencia en el proselitismo interno del PLRA-- a los liberales que prefieren seguir apoyando al Presidente que a sus correligionarios institucionalistas.
Y están las criticadas decisiones del presidente con relación a la distribución de fuertes sumas de dinero a sectores “amigos”, mayormente asentados en el Departamento de San Pedro, prohijados por su fidelísimo aliado el gobernador José “Paková” Ledesma, además de la insistencia en adquirir tierras ubicadas en la misma zona un precio exhorbitante sin tener en cuenta los estudios que lo desaprueban, y la actitud de no tener en cuenta a los técnicos liberales –tal como fue pactado al formarse la Alianza Patriótica para el Cambio—para la toma de decisiones importantes de interés nacional. Lo más reciente, el apoyo a un movimiento de izquierda para las próximas elecciones municipales, dando la espalda al partido que, le guste o no le guste, lo llevó al poder.
Son estas y muchas otras más que aquí no cabrían, las pruebas inequívocas de que el proyecto luguista preestablecido que mencionábamos más arriba está en pleno desarrollo, y que a Fernando Lugo ya no le sirve –o al menos eso es lo que cree— el partido que él utilizó (y no al revés), para acceder al poder y cumplir así sus objetivos.
Ahora, mientras el lobo ya casi totalmente despojado de su disfraz, sigue adelante con sus planes, los liberales se arrancan la piel entre ellos, y lloran sobre la leche derramada. No faltan quienes repiten el popular “te lo dije y no me escuchaste”, recordando que fue una mala idea apoyar a un candidato creyendo ingenuamente que sería un títere fácilmente manejable, para caer en la cuenta que ahora él cortó los hilos con sus garras y tomó control del escenario. Los liberales se dividen entre los que piensan que Lugo se debe al partido que lo llevó al triunfo, y los que opinan que hay que continuar a su lado pese a sus desaciertos, para defender el proceso de cambio y no dar pie a un retorno de los colorados al poder.
Los próximos meses dirán si es cierto --como advirtió el vicepresidente Franco-- que el frente luguista del PLRA saldrá derrotado en las próximas internas, para que salga fortalecido el antiluguismo, y si éste tendrá el respaldo de los otros partidos a fin de ejercer un contrapoder a las ansias de dominio del mandatario.
Por ahora, como Fernando Lugo ratificó varias veces, él es el que tiene la lapicera y mientras el partido que lo encumbró continúe sin recuperar la unidad perdida, no habrá quien borre los decretos presidenciales que se irán firmando, a la manera de los idiomas orientales: de derecha a izquierda.
jueves, 18 de febrero de 2010
Si yo fuera del EPP
Si yo fuera del EPP, una vez concretado uno de mis exitosos secuestros, tras la entrega de la víctima y el cobro del rescate, me despojaría de esta mugrosa vestimenta camuflada y me daría un buen baño en un refrescante arroyo de Concepción, quizás el Tagatiyá, donde podría disfrutar de la hermosa vista de los pececitos nadando a mi alrededor, y luego me vestiría con la mejor marca de ropa disponible en el mercado norteño y -- salpicado de pies a cabeza con perfume francés-- abordaría un ómnibus que me llevara lejos, muy lejos de los inhóspitos montes en los que estuve oculto durante meses resguardando a mi secuestrado.
Si yo fuera del EPP, me dirigiría al lugar donde existen menos posibilidades de que sea reconocido luego de la publicación de mi fotografía en los medios de comunicación. Ni siquiera hablo de Brasil o Argentina, adonde podría llegar atravesando las permeables fronteras nacionales, sino me dirigiría al sitio más poblado existente en territorio paraguayo: la capital del país, que si bien no es una urbe superpoblada capaz de competir con otras del continente, cómodamente supera el millón de habitantes incluyendo a los que duermen de noche en las ciudades vecinas y trabajan de día en Asunción. Sería solo uno de los miles de rostros que diariamente se cruzan en las calles, ómnibus y centros de compras de la madre de ciudades, donde ninguno tiene el tiempo de detenerse a buscar a algún parecido con cualquiera de aquellos que aparecen en los afiches distribuidos por las autoridades.
A diferencia del interior del país --donde todos se conocen y cualquier persona extraña rápidamente pasaría por sospechosa y sería denunciada a los centenares de efectivos policiales y militares que me están buscando-- en la gran ciudad pasaría totalmente desapercibido.
Si yo fuera del EPP, me dejaría caer sobre el mullido sofá de un coqueto apartamento ubicado en una zona residencial asuncena, adquirido con parte de los miles de dólares cobrados en concepto de rescate por los diversos secuestros cometidos, encendería el televisor de plasma de 42 pulgadas para observar los noticieros que relatan la intensa búsqueda por aire y tierra de los agentes especializados en combate a la guerrilla, en bosques que jamás han pisado en su vida, expuestos al calor, los arbustos espinosos y las agresivas avispas, tratando de detenerme, sin saber que estoy a centenares de kilómetros de distancia. Y por las noches, convocaría a mis compañeros de lucha, para que en torno a una pizza tamaño familiar comprada vía delivery, acompañada de abundante cerveza --no la que fabrica el enemigo norteamericano, por cierto, sino la birra paraguaya de pura cepa-- nos reuniríamos a planificar nuestro próximo golpe siguiendo las directrices de nuestro manual de procedimientos y las recomendaciones más actualizadas de los colegas del país cafetero, recibidas vía e-mail en la computadora de algún aliado que vive mimetizado entre la gente honesta de nuestra sociedad.
Si yo fuera del EPP, llegaría a la cuenta de que estamos a años luz de convertirnos alguna vez en una fuerza revolucionaria que siguiendo los ideales del camarada Lenin, el ejemplo del compañero Fidel y apoyada por el fervoroso apoyo de las clases populares y campesinas del país, lleve adelante con éxito una campaña bélica interna que culmine con la liberación del pueblo de la opresión a la que lo somete la oligarquía latifundista neoliberal. Comprendería al fin, que ha quedado plenamente demostrado que mi movimiento político-militar no ha logrado ganarse el favor del pueblo al que dice representar, sino todo lo contrario, se ha vuelto más impopular que los propios terratenientes que los explotan.
Me daría cuenta, de una vez por todas, que mi ejército de hombres y mujeres progresistas y libertarios ya no es inspirado por la ideología que de jóvenes comulgábamos, sino se ha rebajado a ser una gavilla de delincuentes dedicada a vivir del delito más severamente castigado por nuestras leyes que el homicidio doloso. Y al ver en mis manos el jugoso botín que constituyen los rescates, entendería que lo único que cuenta al fin y al cabo es el dinero y las comodidades que éste me puede proveer, y que si todavía reservaremos parte de la recaudación para adquirir equipamientos ya no será con miras a armar a nuestros combatientes en la futura guerra de guerrillas, sino a hacer más efectiva nuestra labor delincuencial.
Me reiría entonces de los pobres in-efectivos militares y policiales que de sol a sol siguen rastreándome entre los matorrales de Concepción tratando de brindar al menos una sensación de seguridad a la atemorizada población de la que alguna vez formé parte y que ahora me desprecia, mientras yo estoy aquí, en el vecindario de sus jefes y comandantes, más cerca de lo que éstos se imaginan, esperando el momento, paciente, proyectando mi siguiente ataque, a la hora y en el lugar menos pensado, sobre la víctima más desprevenida, cuyo nombre no aparece en la lista que supuestamente mis compañeros y yo torpemente abandonamos en uno de nuestros cuarteles del interior, para despojarla de los verdes billetes teñidos de sangre que acumuló durante años de explotación a los sufridos proletarios y campesinos de mi país.
Si yo fuera del EPP, me dirigiría al lugar donde existen menos posibilidades de que sea reconocido luego de la publicación de mi fotografía en los medios de comunicación. Ni siquiera hablo de Brasil o Argentina, adonde podría llegar atravesando las permeables fronteras nacionales, sino me dirigiría al sitio más poblado existente en territorio paraguayo: la capital del país, que si bien no es una urbe superpoblada capaz de competir con otras del continente, cómodamente supera el millón de habitantes incluyendo a los que duermen de noche en las ciudades vecinas y trabajan de día en Asunción. Sería solo uno de los miles de rostros que diariamente se cruzan en las calles, ómnibus y centros de compras de la madre de ciudades, donde ninguno tiene el tiempo de detenerse a buscar a algún parecido con cualquiera de aquellos que aparecen en los afiches distribuidos por las autoridades.
A diferencia del interior del país --donde todos se conocen y cualquier persona extraña rápidamente pasaría por sospechosa y sería denunciada a los centenares de efectivos policiales y militares que me están buscando-- en la gran ciudad pasaría totalmente desapercibido.
Si yo fuera del EPP, me dejaría caer sobre el mullido sofá de un coqueto apartamento ubicado en una zona residencial asuncena, adquirido con parte de los miles de dólares cobrados en concepto de rescate por los diversos secuestros cometidos, encendería el televisor de plasma de 42 pulgadas para observar los noticieros que relatan la intensa búsqueda por aire y tierra de los agentes especializados en combate a la guerrilla, en bosques que jamás han pisado en su vida, expuestos al calor, los arbustos espinosos y las agresivas avispas, tratando de detenerme, sin saber que estoy a centenares de kilómetros de distancia. Y por las noches, convocaría a mis compañeros de lucha, para que en torno a una pizza tamaño familiar comprada vía delivery, acompañada de abundante cerveza --no la que fabrica el enemigo norteamericano, por cierto, sino la birra paraguaya de pura cepa-- nos reuniríamos a planificar nuestro próximo golpe siguiendo las directrices de nuestro manual de procedimientos y las recomendaciones más actualizadas de los colegas del país cafetero, recibidas vía e-mail en la computadora de algún aliado que vive mimetizado entre la gente honesta de nuestra sociedad.
Si yo fuera del EPP, llegaría a la cuenta de que estamos a años luz de convertirnos alguna vez en una fuerza revolucionaria que siguiendo los ideales del camarada Lenin, el ejemplo del compañero Fidel y apoyada por el fervoroso apoyo de las clases populares y campesinas del país, lleve adelante con éxito una campaña bélica interna que culmine con la liberación del pueblo de la opresión a la que lo somete la oligarquía latifundista neoliberal. Comprendería al fin, que ha quedado plenamente demostrado que mi movimiento político-militar no ha logrado ganarse el favor del pueblo al que dice representar, sino todo lo contrario, se ha vuelto más impopular que los propios terratenientes que los explotan.
Me daría cuenta, de una vez por todas, que mi ejército de hombres y mujeres progresistas y libertarios ya no es inspirado por la ideología que de jóvenes comulgábamos, sino se ha rebajado a ser una gavilla de delincuentes dedicada a vivir del delito más severamente castigado por nuestras leyes que el homicidio doloso. Y al ver en mis manos el jugoso botín que constituyen los rescates, entendería que lo único que cuenta al fin y al cabo es el dinero y las comodidades que éste me puede proveer, y que si todavía reservaremos parte de la recaudación para adquirir equipamientos ya no será con miras a armar a nuestros combatientes en la futura guerra de guerrillas, sino a hacer más efectiva nuestra labor delincuencial.
Me reiría entonces de los pobres in-efectivos militares y policiales que de sol a sol siguen rastreándome entre los matorrales de Concepción tratando de brindar al menos una sensación de seguridad a la atemorizada población de la que alguna vez formé parte y que ahora me desprecia, mientras yo estoy aquí, en el vecindario de sus jefes y comandantes, más cerca de lo que éstos se imaginan, esperando el momento, paciente, proyectando mi siguiente ataque, a la hora y en el lugar menos pensado, sobre la víctima más desprevenida, cuyo nombre no aparece en la lista que supuestamente mis compañeros y yo torpemente abandonamos en uno de nuestros cuarteles del interior, para despojarla de los verdes billetes teñidos de sangre que acumuló durante años de explotación a los sufridos proletarios y campesinos de mi país.
sábado, 13 de febrero de 2010
Blogueo, luego existo
Durante años - desde que tomé conocimiento de los llamados "blogs", comunidades virtuales, sistema de mensajería instantánea y otros métodos de comunicación a través de internet - he sido reacio a suscribirme a alguna de las tantas opciones que ofrecen los distintos proveedores del servicio y a las que muchos de mis amigos y conocidos están integrados, y que utilizan para tomar contacto con centenares de personas dentro y fuera del país.
Es que no me parecía muy saludable la idea de exponerme ante los ojos del mundo, sea por temor, prejuicio, precaución o simple deseo de mantener la privacidad.
Pero como todo en la vida cambia y cambian ciertas posturas personales - no así la ética, la fe religiosa y otros principios humanos esenciales - también cambió mi posición acerca de crear mi propio blog en internet. Y esto obedece a que he notado que tan fácil como disponer de un espacio propio lo es escribir en ellos opiniones o críticas sobre cualquier tema como si los autores fuesen profundos conocedores de la materia en cuestión, pese a no contar con ninguna autoridad, capacidad de análisis, o un mínimo de conocimiento previo del asunto y su contexto como para sentar postura de una manera responsable y coherente. No es mi intención erigirme en juez de las opiniones ajenas, sino simplemente me apropio del derecho que me asiste también a divagar sobre cualquier asunto de mi interés, pues para eso se crearon estos espacios de libre expresión, tan abiertos y accesibles, como no se ha visto desde los tiempos de la antigua Grecia, donde existía un foro público en el que toda persona natural o extranjera podía exponer abiertamente sus ideas sobre política, religión o filosofía, generando intensos y enriquecedores debates con todos los ciudadanos.
Con los blogs ocurre lo mismo. Todos pueden opinar, todos pueden aportar a las opiniones de otros. Y ahora quiero formar parte de ese grupo al que hasta ayer llamaba "los otros". Quiero volver a transmitir alguna posición personal al público, como hacía 15 o 20 años atrás, cuando escribía en las páginas del diario ABC Color. Desde que dejé de hacerlo me limité a formar parte de la gran mayoría de lectores pasivos y que reducía sus comentarios a conversaciones de entrecasa, pero ahora quiero volver a ser activo comentarista de la realidad que me rodea.
Hoy en día llegamos casi al extremo de prácticamente no existir para el resto de la sociedad, si no poseemos una dirección de correo electrónico, (algunas tienen 3 o 4), no estamos conectados a algún servicio de mensajería instantánea, algún chat, o un blog en el que periódicamente incluyamos nuestras fotos más actualizadas o comentemos el menú de la noche anterior o la última película vista el fin de semana.
Trescientos años atrás era más sencillo ser alguien. Decía un filósofo que bastaba con pensar para existir, o bien que la existencia misma era precedia por el pensamiento. Hoy el derecho de existir (al menos ante los ojos de la sociedad) requiere tener acceso a una computadora, que ésta tenga conexión ilimitada a internet, y que cuentes con una página de información personal tuya en algún lugar , llámese blogspot, orkut, badoo, twitter, y un largo etcétera. Más aún, para ser considerado hasta por el círculo más íntimo de amigos, con los que cada vez es más difícil reunirse para hablar hasta de las mayores trivialidades, es imprescindible contar con un Blog donde pueda uno plasmar sus experiencias y opiniones. Blogueo luego existo es el imperativo de nuestro tiempo. Y tanto es así, que hasta el hombre más reacio a los blogs tuvo que caer bajo el imperio de esta innovación tecnológica, que tarde o temprano acabará por someter a todos los seres humanos.
La comunicación instantánea personal y a distancia ha llegado para quedarse, y no podemos estar ajenos a ella, bajo el riesgo de que el mundo puede creer que no existimos porque simplemente nuestros nombres o fotografías no aparecen en ninguno de los buscadores de internet que ofrece el mercado.
De modo que a partir de hoy, Rafael Gunsett existe e invita a todos los blogueros del mundo a visitarlo en su humilde hogar cibernético, para compartir con él un sano debate sobre cualquier tema que atrape su atención, y del que se crea capaz de hacer un análisis, una crítica o un simple comentario impresionista, sin pretensiones de competir con algún Premio Nobel en la materia elegida. Sea yo bienvenido al mundo de los blogs, y sean ustedes bienvenidos a mi mundo personal.
Es que no me parecía muy saludable la idea de exponerme ante los ojos del mundo, sea por temor, prejuicio, precaución o simple deseo de mantener la privacidad.
Pero como todo en la vida cambia y cambian ciertas posturas personales - no así la ética, la fe religiosa y otros principios humanos esenciales - también cambió mi posición acerca de crear mi propio blog en internet. Y esto obedece a que he notado que tan fácil como disponer de un espacio propio lo es escribir en ellos opiniones o críticas sobre cualquier tema como si los autores fuesen profundos conocedores de la materia en cuestión, pese a no contar con ninguna autoridad, capacidad de análisis, o un mínimo de conocimiento previo del asunto y su contexto como para sentar postura de una manera responsable y coherente. No es mi intención erigirme en juez de las opiniones ajenas, sino simplemente me apropio del derecho que me asiste también a divagar sobre cualquier asunto de mi interés, pues para eso se crearon estos espacios de libre expresión, tan abiertos y accesibles, como no se ha visto desde los tiempos de la antigua Grecia, donde existía un foro público en el que toda persona natural o extranjera podía exponer abiertamente sus ideas sobre política, religión o filosofía, generando intensos y enriquecedores debates con todos los ciudadanos.
Con los blogs ocurre lo mismo. Todos pueden opinar, todos pueden aportar a las opiniones de otros. Y ahora quiero formar parte de ese grupo al que hasta ayer llamaba "los otros". Quiero volver a transmitir alguna posición personal al público, como hacía 15 o 20 años atrás, cuando escribía en las páginas del diario ABC Color. Desde que dejé de hacerlo me limité a formar parte de la gran mayoría de lectores pasivos y que reducía sus comentarios a conversaciones de entrecasa, pero ahora quiero volver a ser activo comentarista de la realidad que me rodea.
Hoy en día llegamos casi al extremo de prácticamente no existir para el resto de la sociedad, si no poseemos una dirección de correo electrónico, (algunas tienen 3 o 4), no estamos conectados a algún servicio de mensajería instantánea, algún chat, o un blog en el que periódicamente incluyamos nuestras fotos más actualizadas o comentemos el menú de la noche anterior o la última película vista el fin de semana.
Trescientos años atrás era más sencillo ser alguien. Decía un filósofo que bastaba con pensar para existir, o bien que la existencia misma era precedia por el pensamiento. Hoy el derecho de existir (al menos ante los ojos de la sociedad) requiere tener acceso a una computadora, que ésta tenga conexión ilimitada a internet, y que cuentes con una página de información personal tuya en algún lugar , llámese blogspot, orkut, badoo, twitter, y un largo etcétera. Más aún, para ser considerado hasta por el círculo más íntimo de amigos, con los que cada vez es más difícil reunirse para hablar hasta de las mayores trivialidades, es imprescindible contar con un Blog donde pueda uno plasmar sus experiencias y opiniones. Blogueo luego existo es el imperativo de nuestro tiempo. Y tanto es así, que hasta el hombre más reacio a los blogs tuvo que caer bajo el imperio de esta innovación tecnológica, que tarde o temprano acabará por someter a todos los seres humanos.
La comunicación instantánea personal y a distancia ha llegado para quedarse, y no podemos estar ajenos a ella, bajo el riesgo de que el mundo puede creer que no existimos porque simplemente nuestros nombres o fotografías no aparecen en ninguno de los buscadores de internet que ofrece el mercado.
De modo que a partir de hoy, Rafael Gunsett existe e invita a todos los blogueros del mundo a visitarlo en su humilde hogar cibernético, para compartir con él un sano debate sobre cualquier tema que atrape su atención, y del que se crea capaz de hacer un análisis, una crítica o un simple comentario impresionista, sin pretensiones de competir con algún Premio Nobel en la materia elegida. Sea yo bienvenido al mundo de los blogs, y sean ustedes bienvenidos a mi mundo personal.
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