LA FRASE

"El Estado es como el cuerpo humano. No todas las funciones que realiza son nobles"

Anatole France


sábado, 6 de marzo de 2010

Avatar, la Nueva Era y el cine actual

El fenómeno comercial que constituye la última película del director norteamericano James Cameron “Avatar”, no solo es el resultado de sus innovadores efectos especiales ni la alucinante aplicación de la más moderna tecnología 3D que dotan al filme de una increíble apariencia de realidad pese a haber sido mayormente producto de la animación computarizada.
Si observamos la lista de las 10 o 15 películas más taquilleras de las dos últimas décadas, que ahora es encabezada por “Avatar”, encontraremos en ella que la gran mayoría responde a la tendencia que ha marcado el cine de Hollywood desde finales del siglo pasado y continúa con más fuerza en la actualidad. Tanto el filme de Cameron como las que lo acompañan en la nómina de las más vistas, como las sagas de “El señor de los anillos”, “Harry Potter” e incluso dibujos animados como “Shreck”, introducen al espectador en un mundo pleno de fantasías, magia, seres fabulosos, hadas, duendes y fuerzas de la naturaleza que interactúan con seres humanos que en muchos casos están dotados de poderes extraordinarios. Es una enorme cantidad de ingredientes que atrapa la atención de la inmensa mayoría de niños, adolescentes y jóvenes de todo el mundo y los conduce en masa a las salas cinematográficas, e incluso a las librerías, ya que muchos de esos éxitos de taquilla cinematográfica repiten el suceso en sus versiones literarias.
Esa tendencia a lo maravilloso, lo mítico, lo fantástico, que caracteriza a todas las historias que nos vienen relatando los cineastas en las últimas décadas, no responde a una mera casualidad ni a intereses enteramente comerciales. Constituyen toda una filosofía, o incluso una ideología, que está presente en la sociedad occidental y que está íntimamente ligada a la religión, la cual está atrayendo hacia sí a varias generaciones desde los años 60 inclusive, pero cobra más fuerza a partir de los 90 mediante esta avalancha de películas, música y libros de la misma temática.
Se trata, específicamente de la denominada “cultura” New Age, o de la Nueva Era, que muchos toman como una inocua moda, un estilo musical, un arte, o una nueva conciencia colectiva orientada a lo ecológico, y no como lo que realmente es: una religión. O podemos decir, una “ensalada” de religiones, que permean las creencias occidentales tradicionales y e inundan su doctrina con una serie de elementos que desvirtúan su esencia.
La Nueva Era consiste en volcar la atención de los occidentales hacia antiguas creencias de Oriente tan variadas como el budismo, el confusionismo, el hinduismo, el brahmanismo y varias otras similares, por un lado, y por el otro, hacia las prácticas ocultistas propias de las culturas celtas, escandinavas y otras que dominaban el Norte del continente europeo. La palabra “ensalada” es por lo tanto muy aplicable a esta corriente, ya que como vemos, incluye formas de pensar naturalistas, panteístas, fetichistas, espiritistas y todos los “ismos” que constituyen la fe religiosa de pueblos tan disímiles como distantes en el mapa terrestre, desde la actual Gran Bretaña hasta la India y desde Africa Central hasta el Japón.
Los compositores dicen que simplemente crean nuevos ritmos a partir de la conjunción de la música occidental con antiguas formas de expresión artística del Oriente, los escritores aplican la misma fórmula a su creación literaria, e idéntica justificación esgrimen cineastas, modistos, y lo más importante, filósofos, líderes políticos y científicos, entre estos los ecologistas. Hablan de aplicar a la cultura y la forma de vida occidentales las antiguas cosmovisiones de oriente que atribuyen a la naturaleza una conciencia propia, una condición divina que está presente desde la roca hasta el agua, desde el insecto hasta el árbol, desde el ser humano hasta las estrellas y los planetas. En otras palabras, Dios, como Creador, Ser Supremo, Padre y Amo de todo lo que existe, está presente físicamente en todo lo creado, y todo lo creado puede considerarse en sí mismo Dios, incluyendo al Hombre. Sea la Madre Tierra, Pachamama o Eywa, como llamaban los nativos de Pandora a su mundo en “Avatar”, la naturaleza que nos rodea, según esta creencia, es parte de nosotros mismos y nosotros somos de ella. En ella radica la concepción de la divinidad. Ella tiene poder, nos da vida, nos alimenta, nos protege y nosotros a ella. Tenemos una responsabilidad de defenderla, de evitar que sea destruida por nuestras malas acciones. Esta “fe” es la misma que los ambientalistas profesan y le dan el nombre pseudocientífico de “Ecología”, con el cual mueven miles de millones de dólares en todo el mundo para invertirlos en proyectos de defensa del planeta. Sus buenas intenciones son innegables, en apariencia. No parecen ocultar nada malo, nada inhumano ni peligroso. Simulan ser inofensivos y hasta divertidos, como las historias de magia, gnomos y trolls, rescatadas de las leyendas celtas, de donde también proviene la tradición de la Noche de Brujas. Estos cuentos de hadas también representan una práctica religiosa que en su época de mayor auge incorporaba sacrificios humanos en honor a los dioses que adoraban y exigían a veces celebraciones especiales que se prolongaban por días en medio de orgías y borracheras, alrededor de inmensas fogatas en las que se solían asar cuerpos humanos a modo de ofrenda.
Formas mas livianas de culto fetichista, espiritista o panteísta (que atribuye identidad divina a todo lo que nos rodea), han llegado hasta nuestros días y están presentes en diversos días festivos, corrientes artísticas, escuelas científicas e ideologías políticas, que ganan millones de adeptos en todo el mundo. Su campaña propagandística lo constituyen las películas de Hollywood que al estilo “Avatar” y “Harry Potter” marcan el pensamiento y el estilo de vida de los jóvenes de los cinco continentes (mientras los adultos propietarios de grandes corporaciones se enriquecen a su costa).
Lo más llamativo es que esta Nueva Era, esta religión, es aceptada libremente en países que dicen tener poblaciones mayoritariamente cristianas (o católicas) e incluso en sociedades que se jactan de no profesar una creencia religiosa en particular (que más bien están en contra de las “religiones institucionalizadas”). Gente cristiana, agnóstica y atea, se adhiere a esta corriente que invade la sociedad, sin darse cuenta que trae consigo un cúmulo de doctrinas anticristianas y que quien las sigue y practica, está muy lejos de ser un verdadero creyente, o no creyente en el caso de los dicen no tener religión alguna.
La verdad, es que todas estas personas sí se han convertido a una fe religiosa, cuyos sacerdotes están disfrazados de mago joven y atractivo, o de indígena azul extraterrestre o de un ogro verde bonachón.